

La dulzura es el sostén de la paciencia; la entrada, o mejor, la madre, de la caridad, el fundamento de la discreción; en efecto, está escrito: «Conduce en la justicia a los humildes» (Sal 24:9). Procura el perdón de los pecados, da confianza en la oración, es la residencia del Espíritu Santo: «¿En quién voy a fijarme? En el dulce y humilde» (Is 66:2). — La Santa Escala. Pag, 107