

Cuando nos acongojamos y afligimos por los reproches de nuestros superiores, traigamos a la memoria nuestros pecados hasta que el Señor, viendo la violencia que nos hacemos a nosotros mismos, nos descargue de los pecados y transforme en alegría el dolor que roe nuestro corazón. Porque está escrito: «Según la multitud de dolores de mi corazón, así su consuelo alegra mi alma» (cf. Sal. 93:19) en el momento oportuno. En este tiempo no nos olvidemos de aquel que dijo al Señor: «¡Cuántas y cuan grandes tribulaciones me diste, Señor! Mas luego regresaste para resucitarme y me sacaste de los abismos de la tierra donde estaba caído» (Sal. 70:20). — La Santa Escala. Pag, 34