Lo que nos permitirá reconocer con mayor facilidad y prontitud las mociones divinas y corresponder a ellas, es el desarrollo en nosotros de una especie de«sentido espiritual» que es inexistente o muy tosco en el comienzo de la vida, pero que puede afinarse mucho gracias a la experiencia, y sobre todo a la fidelidad en nuestro firme caminar en seguimiento del Señor.

Este «oído espiritual» es una especie de aptitud para descubrir la voz única y reconocible de Jesús entre todas las múltiples y discordantes voces que se dejan oír en el interior de nosotros mismos. Ese sentido es una como familiaridad amorosa, que nos hace distinguir, cada vez más con mayor facilidad, la voz del Esposo en medio del concierto de los sonidos que se presentan a nuestros oídos.

El Espíritu Santo utiliza un «tono de voz» para cada uno, un timbre que le es propio, con una dulzura y una fuerza, una pureza y una claridad especial que, cuando estamos acostumbrados a oírlo, nos permiten reconocerlo casi con toda seguridad. Por supuesto, el demonio, «mono de imitación de Dios», tratará en alguna ocasión de imitar la voz del Esposo.

Pero si, gracias a esa familiaridad amorosa y a la búsqueda constante y pura de la voluntad divina, estamos realmente habituados a ella, reconoceremos fácilmente la otra que, por bien imitada que esté, «desafina» en alguna parte, y por tanto no es la voz de Dios. — En la escuela del Espíritu Santo, p. 32