Si Dios nos ama, ¿cómo no amarlo? Y si lo amamos, cumplamos su mandamiento grande, su mandamiento por excelencia: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,34-35). La devoción a los Sagrados Corazones no puede contentarse con saborear el amor de Dios, sino que ha de retribuirlo con un amor efectivo. Y la razón magnífica que eleva nuestro amor al prójimo a una altura nunca sospechada por sistema humano alguno, es que nuestro prójimo es Cristo. — Un fuego que enciende otros fuegos. Pag, 43