

Se me ocurre, Dios mío, una cosa: Cuando un padre sale con su niña a la arboleda, sube a los árboles y comienza a tirarle frutas que ella, embelesada, recibe en su delantal; el padre al tirárselas va diciéndole: Ésta es para ti, ésta para que lleves a tu madre; ésta otra para tu hermanito; ésta tan hermosa, se la llevas a tu maestra; la otra a tu criada, etc… Pues bien Dios mío, yo soy esa niña. Recibo las frutas del árbol de tu Corazón, las voy a recopilar en este cuaderno, para que cuando sea tiempo, el señalado por vuestro mismo Corazón, me digas a quiénes debo darlas. No importa que ahora no sepa lo que debo hacer de mi precioso depósito. Lo sabré a tiempo, por tarde que me parezca, porque es un hecho probado que Dios no gasta afán y siempre llega a tiempo. Quedo pues, muy tranquila. — Historias de la misericordia de Dios en un alma. Pag, 287