Sufrir con amor, amando al que envía la pena y a la pena misma, hace que el corazón vaya dando, por medio de la purificación, la esencia de la caridad pura. Así el corazón se decolora y pierde sus modos humanos. Es entonces cuando Dios nos da ese corazón nuevo que le pedía David. ¿Cómo pues el alma no ha de amar las penas de la vida? El secreto para comenzar es no dejar amargar el corazón con ellas y mirarlas con los ojos de Dios — Historia de las misericordias de Dios en un alma. Pag, 570