

Tener lo esencial en el corazón. Cuando tenemos lo esencial dentro de nosotros, ya no sentimos necesidad de nada. También en nuestra vida sacerdotal hemos de tener lo esencial en nosotros, es decir, a Dios y su voluntad. Si tienes a Dios, lo tienes todo; si no tienes a Dios en tu corazón, te falta todo.
Por eso, cuando estaba en la cárcel, todos los días, antes de celebrar la santa misa, pensaba en las promesas que había hecho en el momento de mi ordenación episcopal. Con ellas me había comprometido a tener siempre a Dios, para custodiar lo esencial en mi vida: a Él y su voluntad.
Las promesas que se hacen en el momento de la ordenación se han de renovar continuamente, ya que son un programa de santidad y, si las mantenemos, somos santos. —El Gozo de la Esperanza. Pag, 31