

Dios no participa de nuestros miedos ni de nuestro orgullo, ni de nuestra impaciencia. Sabe esperar, como Dios solo sabe esperar. Es longánimo, misericordioso. Espera siempre. Hasta el fin. No le importa mucho que en su campo se amontonen las basuras, aunque esto no sea agradable a la vista, a fin de cuentas, recoge mucho más trigo que cizaña. Nosotros tenemos pena pensando que la cizaña pueda quizá cambiar un día en trigo y dar hermosos granos rojos y dorados. Los labradores nos dirán que jamás han visto semejante cambio en sus campos. Pero Dios, que no mira las apariencias, sabe que con el tiempo de su misericordia puede cambiar el corazón de los hombres. — Sabiduría de un Pobre. Pag, 13