Locos e irrealizables son mis anhelos. Deseo ocultarte que estoy sufriendo. No quiero ser recompensada jamás por mis esfuerzos y mis buenas obras. Oh, Jesús, Tú Mismo eres mi recompensa. Tú me bastas, oh, Tesoro de mi corazón.

Deseo compartir los sufrimientos del prójimo, esconder mis sufrimientos en mi corazón no solo ante el prójimo, sino también ante Ti, oh, Jesús.

El sufrimiento es una gran gracia. A través del sufrimiento el alma se hace semejante al Salvador, el amor se cristaliza en el sufrimiento. Cuanto más grande es el sufrimiento, tanto más puro se hace el amor. — Diario, 57