(…) Y desde aquel fuego viviente escuché una voz que me decía: «Oh, tú, que eres mísera tierra, y que por tu condición de mujer ignoras la enseñanza de los maestros según la carne -esto es, la lectura de los textos en la interpretación de los filósofos-, y solamente has sido tocada por Mi luz, que te toca en tu interior abrasándote como un sol ardiente: Anuncia y explica y escribe estos misterios Míos que tú ves y oyes en mística visión.

No seas tímida, antes bien di lo que entiendes en el espíritu tal como Yo lo hablo a través de ti, hasta que se avergüencen quienes debían manifestar a Mi pueblo la rectitud, pero por el desenfreno de sus costumbres rehúsan proclamar públicamente la justicia que han conocido, porque no quieren apartarse de sus malos deseos, a los que se adhieren como si fueran sus maestros que los hacen huir del rostro de Dios, a un punto tal que se avergüenzan de decir la verdad». — Carta a los prelados de Maguncia, 1179