Pero en la oración de aquel día, le dije al Señor: Tómame Dios mío, invádeme de tal modo que no quede nada en mí que no esté lleno de Ti, con esa propiedad que tienes para comunicarte e invadir a los que amas. Todo fue decirle esto a mi Dios, para sentirme llena de Él que ya no tuve otra oración, por más de veinte días. Y me producía lágrimas al repetirle a mi Dios: Señor, estoy tomada por Ti… ¡Me has invadido, me has tomado y has aumentado mi dolor de verte desconocido! En fin, aquellos veinte días nadé, por decirlo así, en un mar deífico, en una invasión del Ser de Dios, y todo, amado padre, por aquel incidente tan sin importancia, tan independiente de la oración.  — Historias de la misericordia de Dios en un alma. Pag, 180