

¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¡Qué grande! ¿Por qué camino? Enfrentar el rumbo. El timón firme en mi mano y cuando arrecien los vientos, rumbo a Dios; y cuando me llamen de la costa, rumbo a Dios; y cuando me canse, ¡¡rumbo a Dios!! ¿Solo? No. ¡Con todos los tripulantes que Cristo ha querido encargarme de conducir, alimentar y alegrar!
¡Qué grande es mi vida! ¡Qué plena de sentido! Con muchos rumbos al cielo. Darles a los hombres lo más precioso que hay: Dios; y dar a Dios lo que más ama, aquello por lo cual dio su Hijo: los hombres. Señor, ayúdame a sostener el timón siempre al cielo, y si me voy a soltar, clávame en mi rumbo, por tu Madre Santísima, Estrella de los mares, Dulce Virgen María. —Un fuego que enciende otros fuegos. Pag 35