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Cuando el cristiano entra a fondo en el torrente vital de Dios, siente inmediatamente la necesidad de exteriorizar su respuesta de amor con hechos concretos de vida. Se me dirá que ese amor debe canalizarse en el ámbito de la fraternidad, en la atención a los pobres, en la aceptación de las enfermedades… En eso estamos plenamente de acuerdo. Pero lo que la vida enseña es lo siguiente: si el cristiano no se entrena en el amor con privaciones voluntarias, normalmente no será capaz de amor oblativo sino que sólo se amará a sí mismo en forma directa o diferida o transferida. — Muéstrame tu rostro. Pag, 338
Ignacio LarrañagaIgnacio Larrañaga
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