
Llega un momento en que esa virtud de la templanza, que conserva y defiende el orden interior, se hace visiblemente bella. Pero no es bella solo la virtud; a la vez se embellece el hombre. Una vez más es preciso que nos esforcemos por entender la esencialidad del concepto, es decir, el sentido originario de lo bello. Se trata de la belleza irradiada por el ordenamiento estructural de lo verdadero y de lo bueno, no la belleza facial o sensitiva de una agradable presencia. La hermosura de la templanza tiene una cara más espiritual, más seca y más viril. Su fascinación no está reñida con la hombría, sino que le cuadra esta con absoluta precisión — Las virtudes fundamentales, Pag 286