

No quieras, hijo, que por amor de Dios obedeces, engañarte con espíritu de soberbia, revelando tus faltas al maestro como si otro fuera el culpable de ellas, porque nadie puede librarse de la vergüenza sin vergüenza. Abre, desnuda, descubre ante el médico tu llaga: manifiéstala y no te confundas. «Mía es, di, esta llaga, mía es esta herida, y la causa de ella fue, no la culpa de otro sino la mía; nadie fue su autor, ni hombre ni espíritu, ni cuerpo ni otra cosa, sino mi propia negligencia». —La Santa Escala. Pag, 36