¡Qué hermosos eran para mí los días en que mi rey querido me llevaba con él a pescar! ¡Me gustaban tanto el campo, las flores y los pájaros! A veces intentaba pescar con mi cañita. Pero prefería ir a sentarme sola en la hierba florida.

Entonces mis pensamientos se hacían muy profundos, y sin saber lo que era meditar, mi alma se abismaba en una verdadera oración… Escuchaba los ruidos lejanos… El murmullo del viento y hasta la música difusa de los soldados, cuyo sonido llegaba hasta mí, me llenaban de dulce melancolía el corazón…

La tierra me parecía un lugar de destierro y soñaba con el cielo… La tarde pasaba rápidamente, y pronto había que volver a los Buissonnets. Pero antes de partir, tomaba la merienda que había llevado en mi cestita. La hermosa rebanada de pan con mermelada que tú me habías preparado había cambiado de aspecto: en lugar de su vivo color, ya no veía más que un pálido color rosado, todo rancio y revenido… Entonces la tierra me parecía aún más triste, y comprendía que sólo en el cielo la alegría sería sin nubes…—Historia de un Alma. Pag, 25