El que halla a Dios se siente buscado por Dios, como perseguido por Él, y en Él descansa, como en un vasto y tibio mar. Ve ante sí un destino junto al cual las cordilleras son como granos de arena. Esta búsqueda de Dios solo es posible en esta vida, y esta vida solo toma sentido por esa misma búsqueda.

Dios aparece siempre y en todas partes, y en ningún lado se le halla. Lo oímos en las crujientes olas, y, sin embargo, calla. En todas partes nos sale al encuentro y nunca podremos captarlo; pero un día cesará la búsqueda y será el definitivo encuentro. Cuando hemos hallado a Dios, todos los bienes de este mundo están hallados y poseídos —La búsqueda de Dios, 125.