

Al principio Dios se hace conocer como santidad, justicia, bondad, es decir: misericordia. El alma no conoce todo esto a la vez, sino singularmente en relámpagos, es decir en los acercamientos de Dios. Eso no dura mucho tiempo, porque no podría soportar esta luz.
Durante la oración el alma recibe un relámpago de esta luz, que le imposibilita orar al alma como hasta entonces. Puedes forzar sé cuánto quiera, y esforzarse ahora como antes, todo en vano, se hace absolutamente imposible continuar rezando como se restaura antes de recibir esta luz. La luz que tocó al alma, es viva en ella y nada la puede extinguir ni obscurecer.
Este relámpago de conocimiento de Dios arrastra su alma se incendia el amor hacia Él. Pero a la vez este mismo relámpago permite al alma conocer lo que es y ella ve todo su interior en una luz superior y se levanta horrorizada y asustada.
Sin embargo, no permanece en aquel espanto, sino que empieza purificarse y humillarse, postrarse ante el señor, y estas luces se hacen más fuertes y más frecuentes; cuanto más cristalina se hace del alma, tanto más penetrantes son estas luces —Diario de Santa María Faustina Kowalska, 95.