

Debo la felicidad de no haber estado privada del santo bautismo sino cuatro horas; nací a los ocho de la mañana y me bautizaron a las 12 del mismo día. Es la primera gracia con que Dios regaló mi entrada en el mundo. La noche del 26 de mayo de 1874 me encontró ya hija mimada de Dios.
¡Dios mío! Qué pronto comenzaste a mostrar predilección por esta miserable criatura que tan ingrata te ha sido. Aquí sí que mostraste la verdad de aquella palabra: «Con caridad perpetua te amé y por eso te atraje a mí».
Diríase que el materno claustro te privaba de estrechar tu criatura con lazos del amor de predilección y por eso te apresuraste a hacerla tuya, metiéndola entre las redes de la gracia santificante, tan luego como estuvo libre del materno encierro. — Autobiografía, cap. 1