

Si ambicionamos ser diferentes de como Dios quiere que seamos, anhelamos realmente algo que no nos hará felices. Las exigencias divinas, incluso cuando a nuestro oído natural suenan como apremios de un déspota en vez de como ruegos de un amante, nos conducen realmente adonde nos gustaría ir si supiéramos lo que queremos — El problema del dolor, cap. III