La voluntad gobierna todas las demás facultades del espíritu humano; pero ella es gobernada por su amor, que la hace tal cual es. Ahora bien, entre todos los amores, el de Dios es el que tiene el cetro, y de tal manera la autoridad y el mando están inseparablemente unidos a su naturaleza, que, si no es el dueño, deja al instante de ser, y perece —Tratado de amor de Dios, VI.