

Ama a Dios de verdad y, en consecuencia, todo lo que es de Dios. Ama con pureza, y no le pesa cumplir un mandamiento puro, porque la obediencia del amor purifica su corazón. Ama justamente, y se adhiere de buen grado al mandamiento justo. Con razón es grato este amor, pues es gratuito.
Es puro, porque no se cumple sólo de palabra y de lengua, sino con las obras y de verdad. Es justo, pues da tanto como recibe. El que así ama, ama como Él es amado —Sobre el amor a Dios, 26.