

Hay un punto donde el amor de la pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en un espacio de sana autonomía: cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor. Nadie más puede pretender tomar posesión de la intimidad más personal y secreta del ser amado y solo Él puede ocupar el centro de su vida. Al mismo tiempo, el principio de realismo espiritual hace que el cónyuge ya no pretenda que el otro sacie completamente sus necesidades. Es preciso que el camino espiritual de cada uno — como bien indicaba Dietrich Bonhoeffer — le ayude a «desilusionarse» del otro, a dejar de esperar de esa persona lo que solo es propio del amor de Dios. — Exhortación Apostólica Amoris Laetitia.