Tu amor, en cuanto deriva de Dios, es permanente. Puedes reclamar la permanencia de tu amor como un regalo de Dios. Y puedes darles a otros ese amor permanente. Cuando los demás dejan de amarte, tú no tienes que dejar de amarlos.

En un nivel humano, los cambios pueden ser necesarios, pero, a nivel de lo divino, puedes seguir siendo fiel a tu amor. Un día serás libre de dar amor gratuito, un amor que no pide nada a cambio. Un día incluso serás libre de recibir amor gratuito.

A menudo se te ofrece amor, pero no lo reconoces. Lo descartas porque estás acostumbrado a recibirlo de la misma persona a quien se lo dabas.

La gran paradoja del amor es que, precisamente cuando te has proclamado como hijo amado de Dios, has fijado los límites de tu amor y así has contenido tus necesidades, comienzas a crecer en la libertad de dar en forma gratuita. — La voz interior del amor, p. 12