El amor es comunión de personas, pero de manera libre, es la unidad experimentada como libre adhesión. Cuanto más maduro es el amor, más se aproxima al de Dios y es más libre de todo sometimiento, de toda necesidad. El amor es como un abrazo universal, pero la persona lo experimenta de manera tan libre que es capaz de ignorarlo. No pienses que se trata de un juego de palabras: el amor se hace presente a la manera de ausente. Esta es la primera cosa que tenemos que considerar. La otra cosa que tenemos que considerar es que todo amor «exige» de alguna manera una experiencia personal. Quien ama experimenta el amor como una energía que penetra su actividad, su psique, su cuerpo, su espíritu, una energía completamente suya. El amor es un movimiento, una fuerza que la persona experimenta como lo que la caracteriza en el modo más irremplazable, irrepetible, inconfundible… No obstante el amor posee una sola fuente –Dios Padre, un solo comunicador– el Espíritu Santo y un solo realizador absoluto –Jesucristo. Aún más, todo ser humano, creado participe de ese amor, experimenta su pequeño gesto de amor como algo suyo, personal que nadie más sobre la faz de la tierra lo puede sustituir.