Dios, en efecto, es «realista». Su gracia no actúa sobre lo imaginario, lo ideal o lo soñado, sino sobre lo real y lo concreto de nuestra existencia. Aunque la trama de mi vida cotidiana no me parezca demasiado gloriosa, no existe ningún otro lugar en el que poder dejarme tocar por la gracia de Dios.

La persona a la que Dios ama con el cariño de un Padre que quiere salir a su encuentro y transformar por amor, no es la que a mí «me gustaría ser»o la que «debería ser»; es, sencillamente, la que soy. Dios no ama personas «ideales» o seres «virtuales»; el amor solo se da hacia seres reales y concretos.

A Él no le interesan santos de pasta flora, sino nosotros, pecadores como somos. — La libertad interior, p. 23