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La alabanza, el honor y la gloria no se tributan a un hombre por una simple virtud, sino por una virtud excelente. Porque, por la alabanza, queremos persuadir a los demás que aprecien la excelencia de alguien; por el honor, significamos que le apreciamos nosotros mismos, y la gloria, a mi modo de ver, no es otra cosa que cierto resplandor de la reputación, que irradia del conjunto de muchas alabanzas y honores; de manera que las alabanzas y los honores son como las piedras preciosas, de cuyo conjunto irradia la gloria como un brillo. — Introducción a la vida devota. Pag, 40
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