

El corazón puro es el corazón que, consciente de su pobreza, se vuelve humildemente hacia el Señor, reconoce que sólo Él es santo, y esto le llena de tanta alegría que ya no vuelve a replegarse sobre sí mismo. Está enteramente vuelto hacia Dios, sólo tiene ojos para Él. Está invadido y colmado por la alegría de la alabanza. Es de verdad un corazón pobre.
Entre el corazón puro y la adoración existe un estrecho vínculo. «Son verdaderamente de corazón limpio -escribe Francisco- los que desprecian lo terreno, buscan lo celestial y nunca dejan de adorar y contemplar al Señor Dios vivo y verdadero con corazón y ánimo limpio» (Adm 16,2). El corazón puro no puede separarse del acto que lo expresa por entero, la adoración.
En verdad, en la adoración es donde el corazón se vuelve puro, pues en ella se vacía de sí mismo, de todo lo que le preocupa, incluso del cuidado de su propia perfección. De ese modo, se abre al Espíritu del Señor. La pureza de corazón, según Francisco, no es tanto una cualidad moral cuanto una profundidad de acogida y de adoración. Para el corazón limpio existe Dios, el esplendor de Dios, su infinita santidad, su alegría eterna. Y eso basta. Esa disposición es ya obra del Espíritu del Señor en el hombre.— Francisco de Asís, maestro de oración, cap. I