¡Grande, maravilloso misterio el de la adoración! Al adorar, el hombre cumple su deber supremo, pero consigue también la garantía de su salvación más ín­tima, pues en la adoración se da la verdad.

El hom­bre no adora solo por el conocimiento y la palabra, sino por el movimiento de todo su ser. La adoración es el fundamento, la columna, la bóveda, el resumen de toda verdad: La verdad de que Dios es Dios y el hombre es hombre.

En la Epístola a los Efesios se en­cuentra una frase bella y profunda; se dice en ella que debemos “realizar la verdad en la caridad” (4, 15). Esto es lo que hace la adoración. — Dominio de Dios y libertad del hombre, cap. I, III