Cualquiera sea la urgencia de la acción, nos está vedado —a riesgo de que la acción permanezca estéril— olvidar la vocación que ha de
gobernarla. Queremos fundar el respeto por el hombre. ¿Por qué nos habríamos de odiar dentro de un mismo campo? Nadie de entre nosotros tiene el monopolio de la pureza de intenciones. Puedo combatir, en nombre de mi camino, el camino que otro ha elegido; puedo criticar los pasos de su razón — los pasos de la razón son inciertos—. Pero debo respetar a ese hombre, en el plano del Espíritu, si pena hacia la misma estrella – Carta a un rehén.