Hubo una noche que fue distinta a toda noche. Unas horas que en ningún sentido se repetirían en toda la historia de la humanidad. Las celebraremos pronto en la Semana Santa, y quizás sea una buena ocasión para volver a ver —o verla por primera vez— «La Pasión de Cristo», la película dirigida por Mel Gibson que relata las últimas doce horas de la vida de Jesús.

Sabemos que se trata de una producción que, al representar de modo muy gráfico los sufrimientos a los que el Señor fue sometido, puede herir susceptibilidades, quizás aun más en un tiempo como el nuestro que nos acostumbra a lo suave y edulcorado. Si es o no una película muy violenta es algo que cada uno podrá juzgar por sí mismo, de acuerdo a su propia sensibilidad (pero eso sí, no es apta para niños).

Sea como sea, no deja por ello de ser una representación verosímil —incluso con toda su crudeza— de lo que posiblemente tuvo que vivir Jesús en esas horas cruciales para nuestra salvación.

1. Una mirada a lo más profundo de la historia de la humanidad

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Esas doce horas fueron, en más de un sentido, espejo de la humanidad, en su lado más oscuro, pero también en su hora más luminosa. Espejo en el que se condensa toda la historia de la humanidad y también del peregrinar terreno de cada uno. Por eso quizás uno de los mayores méritos de esta película es —respetando lo que nos ha sido transmitido acerca de estas horas— representar esa lucha entre el bien y el mal que se inició en los albores de la humanidad y que continúa en el corazón de todos y cada uno de los seres humanos. Una lucha que, como sabemos, Cristo ya venció por nosotros pero que cada uno debe hacer propia.

2. Entender que el amor es la esencia de la vida de Jesús

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Las escenas que se intercalan en estas doce horas y que relatan brevemente otras escenas de la vida de Jesús son particularmente relevantes. Ver, como han hecho muchos críticos, solo la violencia en esta película es un error. Precisamente las escenas más duras se comprenden bien solo en relación con todo lo que la fe nos enseña sobre el plan de amor que Dios tiene para con la humanidad. Tan importantes como el relato mismo de la Pasión son las escenas retrospectivas de la vida de Jesús. Nos recuerdan que todo en su vida está profundamente unido en una misma existencia que tiene cómo núcleo el amor de Dios por la humanidad. Lo vemos como carpintero, en su relación de hijo con Santa María, y quizás son estas escenas las que se nos hacen más familiares. Lo vemos también en su relación con los discípulos, en el testimonio de su amistad con ellos, en el profundo amor que les manifiesta y sus enseñanzas que buscan que salga a la luz lo más hermoso de la humanidad. Son toda una enseñanza para una vida cristiana hecha vida cotidiana.

Quizás lo más importante es siempre dejarse tocar por el misterio del amor de Dios por la humanidad. Dios hace rectas todas las injusticias del mundo. Llegará el día en el que la luz de su mirada volverá llanas todas las desigualdades que el pecado ha causado en la vida de cada uno de nosotros. El momento en el que —como le dice a su Madre en el camino a la Cruz— Él hará todo nuevo.

3. Una historia en la que hay un papel para cada uno de nosotros…

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Hay en este drama un papel para cada uno de nosotros, o mejor dicho, un reflejo en el que nos miramos cara a cara con lo más hermoso que alberga nuestro corazón como con lo más oscuro. ¿No queda esto fuertemente representado en las escenas que intercalan los momentos de la entrada triunfal de Jesús en el Domingo de Ramos, y el camino doloroso y de rechazo que sufre en el Via Crucis? ¿No manifiestan todas las contradicciones de las que es capaz el corazón del hombre, o mejor dicho, nuestro corazón? Quizás, al ver esta película, aprendamos esta vez a no tener miedo a la debilidad o a la fragilidad. Cristo también sufrió, tuvo miedo, experimentó el rechazo al dolor y al sufrimiento. No tenemos que avergonzarnos de tener a veces esos mismos sentimientos. La fragilidad, sin duda, nos ayuda a experimentar la gran necesidad que tenemos de su amor.

Por otro lado, es posible que esta vez nos toque más la actitud del cireneo, que clama «yo soy inocente» cuando se ve obligado a cargar la cruz, y luego comprende que el único inocente es Cristo y que todos somos, en mayor o menor medida, pecadores. Así somos, sin embargo, los seres humanos, que solemos ver la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga que tenemos nosotros.

Cuantas veces, por otro lado, hemos sido como los fariseos, que predicamos con la palabra pero no con el ejemplo, creyéndonos superiores, o nos dejamos consumir por la envidia, el orgullo o la ira. Cuántas veces somos como Judas, no solo cuando nos apartamos de Dios, sino también por la cerrazón a la búsqueda del perdón de Dios y la incapacidad de perdonarnos a nosotros mismos. Cuántas veces somos como Pilatos, dando oídos al mundo y viviendo solo para complacer las expectativas de otros, sin comprometernos con quienes más nos necesitan y dando espacio a las injusticias.

4 … y también una en la que podemos cambiar de papel (porque siempre hay esperanza)

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Quizás nos sentimos identificados con un protagonista en el que reconocemos nuestras limitaciones y pecado. Si algo caracteriza la vida terrena de Jesús es su constante invitación a la conversión y su compromiso con nosotros. Si hemos sido Judas, podemos ser el Buen Ladrón y experimentar el perdón. Si hemos sido fariseo, podemos ser Pedro y vivir la sinceridad que reconoce la fragilidad y busca la autenticidad. Si hemos sido Pilato, podemos cambiar y ser como el soldado que al final reconoce la divinidad de Jesús. Si hemos sido un cireneo hipócrita, podemos al final ser un cireneo al servicio de Dios, que une sus propios dolores a los del Salvador. Dios nos da siempre su gracia que nos transforma para que al final podamos alcanzar el papel que todos anhelamos: parecernos cada vez más a Él.

5. Estar atentos al mal… y luchar contra él de la mano de Santa María

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Hay dos personajes cuya presencia de alguna manera van hilando toda la película y que exigen de nosotros particular atención. Uno de ellos es el demonio, que desde el inicio y hasta el final va orquestando con su presencia sutil pero efectiva toda la violencia que es capaz de desatar contra el Hijo de Dios. La otra figura es Santa María, con toda su fortaleza, entereza, y también dulzura incluso en los momentos más duros. Ella es sobre todo una madre, y es ella quien, como ha quedado plasmado en tantas obras de arte, pisa con su talón la cabeza de la serpiente.

Si en esta Semana Santa volvemos a ver la película quizás sea ocasión para verla como una renovada invitación a dejarnos interpelar por el mensaje que lleva. Las horas de la Pasión de Cristo no pueden dejar indiferentes a nadie, y cada uno de los momentos de este gran momento nos dice algo nuevo… ¡incluso aunque la hayamos visto en otra ocasión!

Ahora bien, quizás alguno tenga alguna buena razón para no verla y querrá —lo que es mucho mejor— leer con recogimiento los relatos de la Pasión directamente del Evangelio y participar de las liturgias de Semana Santa. ¡Sin duda eso es mejor!