

Bajo la supuesta defensa de muchas mujeres que se encuentran en condiciones vulnerables o que han sufrido algún tipo de violencia, específicamente por parte de los hombres, el movimiento feminista latinoamericano ha tomado mayor fuerza. Iniciativas sociales como #metoo y #undíasinmujeres se han conformado con un mismo, aparente, propósito: unir a las mujeres.
En medio de esta atmósfera, vale la pena preguntarnos cuál es nuestro papel como católicas.
1. Introducción al feminismo
Algunos académicos citan que el feminismo empezó en el siglo 18 con un movimiento sociopolítico dirigido a buscar la igualdad de derechos para hombres y mujeres, principalmente en el trabajo y la educación. Se dice también que el término «feminismo» fue usado por primera vez por Charles Fourier (socialista francés), en los 1800´s, y fue tomado como sinónimo de emancipación de la mujer, buscando su derecho al voto y la participación política.
Otros investigadores mencionan que el término fue mencionado por primera vez, como adjetivo, por Alejandro Dumas («El hombre mujer») un hombre antifeminista que criticaba el movimiento y sus postulados. Otros dicen que se mencionó por primera vez en un documento médico.
Primera ola
Lo cierto es que, para finales del siglo 18, el término fue popularizado, derivando en varias olas de cambios. La primera gran ola del feminismo empezó entre los años 1890 y 1920, pero se extendió hasta los años 60´s. Su objetivo principal, como en los inicios del feminismo, fue buscar los mismos derechos para hombres y mujeres. Con este movimiento se logró el derecho al voto en algunos países.
Segunda ola
La segunda ola feminista empezó en la década de los 60´s y continuo hasta principios de los 70´s. Su objetivo fue buscar un salario equitativo entre hombres y mujeres por la misma labor, la libertad sexual y el derecho al aborto.
Aparecen también los escritos de Simone de Beuvoir, quien se convierte en la máxima representante y apoyaba la anticoncepción (publicó su «Manifiesto por el aborto legal en 1971»). Repudiaba la familia, afirmaba que todas las mujeres eran homosexuales, defendía la legalización de la pederastia, marcaba el embarazo como esclavismo, declaraba al hombre como un individuo opresor y, por supuesto, criticaba también a la Iglesia Católica.
Para este punto de la historia, entre sus muchos postulados, ya se empezaban a cimbrar los rechazos sociales para la maternidad, el matrimonio y la familia.
Tercera ola
Finalmente, llega la tercera ola que comenzó en los 80´s, inspirada también por otros movimientos fundamentados en la ideología de género y el ecologismo. En ese momento, el fundamento feminista ya consideró, entre todo, sustentarse en fundamentos radicales, económicos y religiosos.
Desde entonces, el creciente movimiento ha modificado su discurso fundamental por la igualdad de derechos para postular la defensa de la mujer y su «derecho» a terminar con la vida de sus propios hijos.
2. El feminismo desde el catolicismo
Al hablar de la historia del feminismo, no podemos dejar de mencionar a Edith Stein. Mejor conocida como santa Teresa Benedicta de la Cruz, quien se recuerda como una eminente filósofa y quien, a través de conferencias, artículos y ensayos, se encargó de poner un especial énfasis en el hecho de que ninguna mujer es solamente «una mujer».
Ella, desde sus estudios filosóficos y religiosos, examinó la naturaleza de la mujer desde el momento de su creación y demostró que toda mujer habría sido cuidadosamente planificada por Dios y llamada por Él, como todo ser humano según la Doctrina Católica.
Stein, sin duda alguna, se adelantó a su tiempo. Incluso, advirtió sobre la dirección que estaba tomando el movimiento de emancipación y destacó que el objetivo de las mujeres no debería ser buscar ser como los hombres sino vivir en armonía con su naturaleza y su vocación.
¿Qué dijo Juan Pablo II sobre el tema?
Juan Pablo II tomó estas ideas y las delineó brevemente en la encíclica «Evangelium Vitae» (sección 99). Juan Pablo II escribío:
«En el cambio cultural en favor de la vida las mujeres tienen un campo de pensamiento y de acción singular y sin duda determinante: les corresponde ser promotoras de un ‘nuevo feminismo’ que, sin caer en la tentación de seguir modelos ‘machistas’, sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación.
(…) Vosotras estáis llamadas a testimoniar el significado del amor auténtico, de aquel don de uno mismo y de la acogida del otro que se realizan de modo específico en la relación conyugal, pero que deben ser el alma de cualquier relación interpersonal».
Este no es el único documento papal que habla sobre el tema. De hecho, el primero fue la carta apostólica Mulieris Dinitatem, «Sobre la Dignidad y la Vocación de la Mujer», que fuese publicado en 1988. Juan Pablo II también escribió sobre la feminidad en la carta A Ciascuna di Voi, «A cada una de vosotras», que fuera dirigida a todas las mujeres del mundo con motivo de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de la ONU en 1995.
3. La dignidad de hombres y mujeres es la misma
El Papa, en ese momento, recalcó que la dignidad y responsabilidad de hombres y mujeres eran (son y serán) iguales. También escribió que los deberes maternales y familiares de la mujer, así como sus tareas profesionales deberían complementarse.
Solo de esta forma se completaría un desarrollo cultural y social adecuado. Es decir, se apoyó toda decisión personal de la mujer en cuanto a su desarrollo personal y familiar. Además, dentro del nuevo feminismo, se reconoció que cada mujer es capaz de enriquecer el mundo desde su propia vocación y se animó a reconocer sus talentos como muestra de la construcción de una civilización creciente en el amor.
«…la mujer debe ‘ayudar’ al hombre, así como este debe ayudarla. En primer lugar por el hecho mismo de ‘ser persona humana’, lo cual les permite, en cierto sentido, descubrir y confirmar siempre el sentido integral de su propia humanidad. Se entiende fácilmente que —desde esta perspectiva fundamental— se trata de una ‘ayuda’ de ambas partes, que ha de ser ‘ayuda’ recíproca. Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal» (Mulieris dignitatem, 7).
En resumen, que nadie te confunda, la Iglesia apoya la igual dignidad de la mujer y el hombre, y ha promovido su santificación, al igual que la de toda la humanidad. (más información)
4. Entonces, ¿puedo apoyar el feminismo siendo católica?
Personalmente, respondería con otra pregunta: ¿cuál feminismo?
Como se infiere en lo anterior, existen temas que convergen entre el movimiento feminista (con sus diferentes versiones) y la doctrina católica. Pero también existen otros que distan muchísimo y apoyarlos significaría prácticamente abandonar la Doctrina. Si te encuentras en el dilema sobre si apoyar o no el movimiento, te aconsejo tomar en cuenta lo siguiente para poder discernir tu postura:
— Hombre y mujer son distintos. Nadie ni nada podrá probar lo contrario, esto es, incluso, una verdad científica. Una igualdad total entre hombres y mujeres no podrá ser alcanzada. Pero cuidado, distinto no significa inferior. No se trata de una guerra de sexos, se trata de comprender nuestra complementariedad como hombres y mujeres y rescatar aquello que nos construye, no lo que nos destruye. El respeto a nuestra dignidad es mutuo.
— Un nuevo ser humano vive desde la concepción. Este es un tema profundamente valioso. Bajo el lema de «protección a la mujer» (#niunamenos) parece esconderse una sombreada bandera abortista y esto es inaceptable. El inicio de una vida humana, al igual que el punto anterior, es un hecho científico plenamente comprobado. Cualquier aborto provocado es un atentado contra una vida humana.
— La familia es la célula de la sociedad. Ningún movimiento que verdaderamente busque la igual dignidad entre hombres y mujeres debe atentar contra el núcleo principal de la sociedad que es la familia. El ser humano es un ser sociable y dentro de esta organización, por su orden natural, debe ser reconocida la importancia del papel femenino en la familia.
— Siendo un tema político, hay que dejar de lado toda religión. Este argumento lo he escuchado mucho últimamente: «No podemos involucrar religión en un tema de Estado». Esto, al vivir en un Estado laico, es una realidad.
Pero, de lo que no se espera que saques tus valores morales y religiosos es de tus decisiones. ¿Buscas apoyar un movimiento político? Encuentra aquel cuyos principios sean equiparables a los que han forjado tu vida y tu fe. Lo mismo aplica para todo movimiento social e ideología.
— Ver al hombre como enemigo. Esta premisa es de primordial cuidado dado que no podemos generalizar. Te aconsejaría, en este punto, reflexionar sobre la vida de algún hombre a quien consideres ejemplar. Pudiera ser tu padre, tu hermano, tu abuelo o incluso algún santo. Alguno que haya marcado, con su buen ejemplo, tu vida y la de los demás.
— Clama una justicia pura, pulcra… y también divina. La justicia se define como un principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno aquello que le corresponde.
También, la justicia es considerada una virtud. En este punto, aboga porque clame justicia para la protección de todo ser humano, pero rechaza aquello que dañe la integridad humana (el robo, la agresión y la violencia).
— Ora. Comúnmente olvidamos «involucrar» a Dios en estos temas sociales. Gran error. ¿Quién nos conoce más que Dios? ¿Quién podría entendernos mejor que Él? Nadie.
5. Infórmate y ora
Si tienes dudas sobre tu postura al respecto, infórmate y ora. Pide que la sabiduría de Nuestro Señor llegue a ti y que sea Él quien ilumine tus decisiones. No habrás de tomar una mejor opción, te lo aseguro.
Buscar el respeto a la igual dignidad humana es una misión de todos, construir las bases para alcanzarla también. Pero cuidado, porque el camino podría tener muchas piedras que nos hagan desviarnos. Solo de la mano de Dios podremos identificar una verdad que nos unifica y complementa.
6. ¿Buscas apoyar el movimiento feminista?
Considera rezar un Rosario por las mujeres que sufren algún tipo de violencia, ofrece tu misa por las mujeres abandonadas y que sufren por las infidelidades de sus esposos. No consumas ningún producto que desvalorice a la mujer, fórmate en el tema, trata a las mujeres con respeto.
Sana tu corazón en la paz de Dios y perdona cualquier resentimiento. Pero, sobre todo, mira a la mujer como hija de Dios y reconócele como hermana en Cristo porque llegamos al mundo como hermanos y nos iremos aun siéndolo.
Que la Gracia de Dios ilumine tu camino, ¡oro por ti!
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