Esta canción, como otras de Morat, me han ayudado a recordar algunos mensajes del amor de Dios. Cosas que a veces nos cuesta mucho entender y vivir porque el día a día «tiene su propio afán», porque perdemos el foco de quiénes somos y cuánto nos ama Dios.

Esta época de Cuaresma he aprendido a abrazarla, no como una época en la que soy perfecta, todo lo contrario. Soy una vasija de barro que constantemente está moldeando el Señor, con todo y su historia de rupturas, sequedades y fragilidades. Esta canción me ayudó a pensar que debemos amarnos, abrazarnos y tenernos fe como Dios lo hace.

1. «Para variar por fin hoy pienso en mí aunque quiera tenerte»

Esta versión de nosotros en la que quisiéramos ser perfectos, sin grumos, cicatrices y fragilidades a veces es mucho más tormentosa. Ese modelo ideal que tenemos de quién debemos ser, más que motivarnos para ser mejores, nos hace pensar que somos poca cosa.

Nos perdemos en lo que querríamos ser y no en la persona que somos y con la que Dios no teme trabajar, dialogar y amar.

¿Qué heridas de mi pasado, que me tocaron vivir y las que decidí vivir de cierta forma me dan la sensación de no estar en las manos y en los planes de Dios?

2. «Sé que no quiero ilusionarme, porque yo sé cómo es la vida, pero nunca supe cómo darte por perdida»

Mucho de lo que me pone mal en esta época viene de no ser esa persona perfecta que esperaba. Las heridas de nuestro pasado, los traumas que siguen condicionando nuestro actuar, las personas que no alcanzamos a amar.

El resentimiento, nuestras constantes luchas internas. La falta de inteligencia emocional, espiritual e intelectual, los «y si hubiera…». Todo eso nos carcome cuando nos ponemos metas para ser mejores, como buscamos durante la Cuaresma.

¿Qué me duele realmente: el propósito que no cumplí o mi debilidad de no poder ser quien quiero ser? ¿Me acepto limitado con ternura o con desesperanza?

3. «Así que enamórate de alguien más, reemplázame»

Recordé cómo varios acompañantes espirituales me habían llevado a la conclusión, durante varios años, de que busco ser una yo perfecta. Que no se enoja, que no se deprime, que no hiere, que no tiene miedo, que no se equivoca y que por eso mismo estaba sufriendo tanto. Escondiéndome siempre detrás de la culpa de quien no lograba ser.

«Esa tú que quieres ser no existe y por tanto a esa: Dios no la ama. Te ama a ti que sí eres, tal como eres y con todo lo que eres».

Creo que Jesús nos pide «enamorarnos» de nosotros mismos. Aceptarnos por quien somos, porque vivir en guerra con nosotros mismos no nos ha llevado a ningún lugar. Nos daña estar constantemente evadiendo lo que cargamos por miedo a mirarlo de frente y que Dios se espante.

¿Cómo percibo que Dios me ama? ¿Creo que no me merezco su amor hasta ser una versión super-humana de mí?

Reflexión final

Para terminar y seguir reflexionando me gustaría compartirte un fragmento del Salmo 139. Dios sabe todo lo que hemos vivido, lo que nos ha moldeado sin nuestro consentimiento, los miedos y las heridas que nos tienen un poco ciegos aún.

«¿Adónde iré lejos de tu espíritu, adónde huiré lejos de tu rostro?
Si escalo los cielos, tú allí estás, si me acuesto entre los muertos,
allí también estás.

Si le pido las alas a la Aurora para irme a la otra orilla del mar,
también allá tu mano me conduce y me asirá tu diestra.

Si digo entonces: «¡Que me oculten, al menos, las tinieblas
y la luz se haga noche sobre mí!»

Mas para ti ni son oscuras las tinieblas y la noche es luminosa como el día. Pues eres tú quien formó mis riñones, quien me tejió en el seno de mi madre».