

Hace poco tiempo tuve una conversación con un muy buen amigo mío, un sacerdote que me acompaña espiritualmente y me conoce hace varios años. En esta conversación hablamos del sentimiento del dolor, ese que nos hace sentir vivos, que no le deseamos a nadie que queremos, y que incluso, muchas veces, no sabemos cómo afrontar.
Hace pocos meses me tocó vivir un tiempo de dolor muy profundo, que poco a poco he ido buscando sanar, con ayuda de personas que han estado a mi lado, desde familia, amigos, como mi acompañante espiritual, y mi psicóloga.
Hoy, al ver Frozen II, escuché la canción «The next right thing», y la letra me impactó profundamente. Quiero detallar y compartir un poco mi experiencia con las estrofas de la canción. Te comparto el video con la letra en español:
1. He visto la oscuridad antes, pero nada así
«He visto la oscuridad antes, pero nada así
Este frío, este vacío, este entumecimiento
La vida que conocía se ha terminado, las luces se apagaron
Hola, oscuridad, estoy lista para rendirme…»
En esta primera estrofa Ana cree haber perdido a Elsa para siempre. Piensa que está muerta y esto le causa un dolor profundo. A mí, solo me recordó cuando el dolor del que les comenté, comenzó. La experiencia del dolor me hizo sentir ese frío, vacío y entumecimiento, no sabía cómo iba a poder ponerme de pie.
Lloraba desconsoladamente, no entendía cómo la persona que amaba no quería estar más conmigo. Esa «vida a su lado» que conocía no estaba más. Esa persona que yo amaba había decidido no ser más parte de mi vida y el túnel de la oscuridad parecía no tener salida. Literalmente no entendía, ¿Por qué, Dios? ¿Por qué de nuevo? No entiendo…
Fue ese momento de dolor el que me hizo volver la mirada a Dios. Porque no sabía a dónde más ir o a quién recurrir que entendiera el dolor profundo que sentía en ese momento. Literalmente dije: «Señor, no puedo con esto, estoy lista para rendirme».
2. Te seguiré, como siempre lo he hecho
«Te seguiré, como siempre lo he hecho
Pero has ido a un lugar que no puedo encontrar
Este pesar tiene gravedad, me jala hacia abajo
Pero una pequeña voz susurra en mi mente
Estás perdida, y la esperanza se ha perdido
Pero debes continuar
Y tomar la siguiente decisión correcta…»
Lo que redescubrí en este tiempo de dolor y de mucho trabajo personal, fueron mis anhelos de amar. Esos anhelos que están ahí, que Dios desde siempre los ha puesto en lo más profundo de mi corazón, de querer entregarme por completo al amor, el auténtico.
Justamente digo redescubrir porque, como explico, ese deseo de amar siempre estuvo ahí. Pero en el último tiempo previo a ese dolor, perdí de vista lo esencial en mi vida… mis ganas de amar, y amar mucho (como diría mi psicóloga sobre mi manera de amar). Esas ganas y el querer, hicieron que amara, sí, pero que pusiera de lado al único que podría saciar ese amor: a Jesús.
La persona que se fue se había convertido en mi prioridad. Yo me acomodaba a él, a sus horarios, a su vida, quería amarlo, amarlo mucho, creía que entregando todo estaba amándolo de verdad. Pero luego, en este tiempo, me di cuenta que había desplazado a Dios a la banca de al lado.
No era como que lo ignorara, al contrario… mi vida estaba «en orden», todo marchaba «bien», pero Dios estaba en la banca de al lado, no en la principal, no en el centro que siempre debe ocupar. Ahí es cuando tengo la experiencia que Ana narra en el primer párrafo, esa experiencia de amor hacia su hermana, de querer seguirla, de estar con ella, pero de no poder, porque no sabía dónde estaba…
Ese era mi deseo, querer estar con la persona que amaba, pero él ya no quería y es ahí cuando sentí que estaba perdida: ¿Señor, él no era la persona con la que querías que me casara?, ¿no entiendo, por qué yo si me veo a futuro con él y él no conmigo?, ¿Señor, me voy a quedar sola?
En ese momento sentí que mis anhelos de amar a una persona en concreto y a mi futura familia se habían ido cuando él decidió dejarme, la esperanza se había perdido. Y es en ese instante cuando Jesús me abraza, me acoge y me susurra al oído que no es así, y que hay que hacer «la siguiente cosa correcta»: acogerme a Él y dejarme amar por Él, devolverle el lugar que siempre fue suyo, ese que nunca debí mover por nada ni por nadie.
3. ¿Puede haber un día después de esta noche?
«¿Puede haber un día después de esta noche?
Ya no sé lo que es verdad
No puedo encontrar el camino, estoy sola
La única estrella que me guiaba, eras tú
¿Cómo levantarme del suelo
Cuando no es por ti por quien me levanto?
Solo tomaré la siguiente decisión correcta
Daré un paso, y de nuevo otro
Es todo lo que puedo hacer
Tomar la siguiente decisión correcta…»
La esperanza parece no estar presente en ese momento de profundo dolor y oscuridad interior. Dudaba de todo, si lo que pensaba era bueno, si era malo, si era verdad, si era de Dios o producto de mi imaginación.. Me sentía sola, me habían dejado… Habían elegido, libremente, dejarme.
Busqué a Dios desesperadamente, lloraba todos los días con Él, frente a Él ¿Cómo hacer, Jesús? ¿Cómo puedo sanar este dolor? «Paciencia» me decían todos, y sí, es verdad, pero ¿Cómo se tiene paciencia en medio de la tristeza? ¿Cómo estar mejor?
Justamente, dando pasos pequeños, viviendo un día a la vez y no exigiéndote más de la cuenta, es lo mejor que puedes hacer. Querer seguir avanzando ya es bastante. Jesús me acompañaba y quería que me dejara acompañar, no me exigía estar bien o que dejara de llorar. No me exigía querer algo distinto a los anhelos que Él mismo había puesto desde siempre en mi corazón, era yo la que me exigía.
Me di cuenta que tenía que hacer todo lo que podía hacer y seguir avanzando en compañía de Jesús, porque, ya no me entendía sin Él en esto.
4. Puedo dar mi siguiente paso
«No miraré tan hacia adelante
Es demasiado para mí
Pero puedo dar mi siguiente respiración, mi siguiente paso
Esta siguiente decisión, es lo que puedo hacer
Así que, caminaré por esta noche
Tropezando a ciegas hacia la luz
Y tomaré la siguiente decisión correcta…»
La desesperación por el futuro es algo que me agobia, nos agobia. Me desesperaba por sentirme mejor, me angustiaba no poder estar bien de inmediato, y eso me hacía mucho peor. «Mirar tan hacia adelante es demasiado para mí» decía Ana , y lo era también para mí.
Tenía muchos días en que me sentía profundamente tranquila y hasta feliz, pero luego volvía a llorar a mares… pensaba que eso no era avanzar en esto, que era un retroceso, y pensar eso, era demasiado para mí. Miraba hacia muy adelante, como si sanar el corazón tuviera una fecha de caducidad, como si me tuviera que exigir estar bien ahora.
Aprendí a no mirar tan hacia adelante, como dice Ana, porque la ansiedad me mataba. Aprendí a dar el siguiente paso, con amor, comprensión y paciencia, dándome cuenta de lo que podía hacer. Mucha gente me decía «pero ya fue, ya ha pasado tiempo, ya deberías estar bien», y no, las personas no somos iguales, no sanamos de la misma manera, no sentimos dolor de la misma manera.
Yo muchas veces me frustraba porque no sabía a quién recurrir, sentía que nadie podía entender mi dolor y en parte era verdad. Cada dolor uno lo siente distinto y no podemos juzgar a la otra persona o pretender que sienta y sane a nuestro ritmo.
No hagas caso a esos comentarios, tú tienes tus procesos, tu manera de sanar, tus tiempos, es tu dolor. Y una buena amiga me dijo: «Solo Jesús puede entender el dolor que estás sintiendo en el corazón», y era verdad, solo Dios podía entender de verdad eso por lo que tanto lloraba.
Fue Dios quien me llenó de gracia y fortaleza ese tiempo, fue mi luz y mi sostén mientras tropezaba a ciegas buscando comprender. Fue quien me dio esperanza para ir avanzando y tomar la siguiente decisión correcta.
5. Así que, caminaré por esta noche
«Así que, caminaré por esta noche
Tropezando a ciegas hacia la luz
Y tomaré la siguiente decisión correcta
Y al amanecer, ¿qué pasará?…»
Ana aceptó el dolor, aceptó caminar por la noche, aceptó esos tropiezos a ciegas que sabía que la llevarían a salir de esa cueva, a pesar de la incertidumbre de lo que podría pasar una vez saliera de ahí. Yo también me rendí ante el dolor, acepté con amor eso que me tocaba vivir.
Lo abracé, y no sola, con Jesús a mi lado siendo mi luz en medio del camino. Aceptando con amor y paciencia los tropiezos, porque los hubieron y aún los hay, aceptando que todo eso me llevaría a la luz y me ayudaría, poco a poco a tomar una nueva decisión correcta.
6. Cuando es tan claro que nada volverá a ser igual
«Cuando es tan claro que nada volverá a ser igual
Entonces, elegiré escuchar esa voz de nuevo
Y tomaré la siguiente decisión correcta»
Poco a poco las cosas van tomando forma, van siendo más claras. Como Ana, también me di cuenta de que nada volvería a ser igual, Dios permitía este dolor en mí y me había hecho acercarme a Él de nuevo y a ponerlo en el lugar correcto. No soy la misma persona que hace unos meses cuando esto comenzó, he crecido en muchos aspectos de mi vida, he madurado y mi amor por Dios está más sólido.
Aún hay caídas, aún me pregunto qué pasará al amanecer. He dejado ir cosas, he dado pasos a ciegas y me di cuenta que tengo que tomar la siguiente decisión correcta, que es dejar ir el sentimiento de dolor. Entendí que ya no me aferraba solo a la persona, como Ana a Elsa, me estaba aferrando a sentir dolor, ese con el que he convivido todos estos meses y con el que me es hasta «raro» no vivir.
Este buen amigo sacerdote me hizo darme cuenta de esto… estoy queriendo exprimir agua de donde no hay, estoy queriendo seguir sintiendo dolor. ¿Por qué sucede esto, si no quiero sufrir? Porque nos aferramos a él consiente o inconscientemente, porque nos hace sentir vivos. El dolor verdaderamente es un misterio del cual solo Dios puede sacar mucho fruto, pero también es importante saber dejarlo ir cuando ya es tiempo de sanar.
¿Cómo se deja ir el dolor?
O mejor ¿Cómo se deja ir algo a lo que te aferras? Mirando a Jesús… el pasaje que me compartió el Padre fue el de Jesús con Pedro, cuando le pide que camine sobre las aguas. Jesús no le dice cómo hacer, solo le dice: levántate y ven, camina… y él obedece, pero en un momento duda y se hunde.
Así me siento yo también, como Pedro, sin entender cómo hacerlo, con miedo, con incertidumbre y sin entender tampoco cómo es eso posible. O como Ana, que no sabe cómo hacerlo, solo sabe que dará un paso a la vez, sabe que tropezará caminando a ciegas, como Pedro cuando dudó. Sabe que al caer de nuevo, escuchará esa voz, respirará de nuevo, dará su próximo paso y tomará la siguiente decisión correcta.
Yo quiero hacer lo mismo en compañía de Jesús y de la Virgen (que ha sido clave este tiempo). Dar un paso a la vez y tomar la siguiente decisión correcta. Te invito a que también puedas hacer lo mismo. ¡No dejes que el dolor te venza!
Artículo elaborado por Ana Calderón.
0 comentarios