buscar la felicidad

San Juan Pablo II dijo que «el segundo relato de la creación habla de poner al hombre en el jardín en Edén y, de este modo, nos introduce en el estado de su felicidad original». Estas palabras del Papa nos hacen cuestionarnos sobre aquel estado original. Al analizarlas, podemos comprender en qué consistía y cómo buscar esa felicidad. Cómo podemos, de alguna manera, aplicarla en nuestros tiempos.

El estado de felicidad original, señaló el Papa, lo hemos perdido para siempre una vez quebrantamos la primera alianza con Dios.

Sin embargo, aunque ese estado original se haya perdido, la Teología del Cuerpo nos indica un camino por el cual tenemos la posibilidad de tener una cierta «continuidad» de aquel estado. Según San Juan Pablo II, Cristo es ese camino.

Gracias al don de Cristo podemos adentrarnos en el mundo del primer hombre y analizar, con detalle, las circunstancias que lo rodeaban en ese momento de felicidad original.

Esto, indudablemente, significa que hay formas en las que podemos aproximarnos a ella, pero, más aún, entenderla para aplicarla a nuestra vida. ¡De esto quiero hablarte en este artículo!

Para empezar, ¿de qué hablamos cuando nos referimos al Edén?

buscar la felicidad

El jardín en el que Dios pone al hombre tiene ciertas características. Aunque el texto del Génesis no nos da detalles, sabemos que la palabra «Edén» significa «paraíso terrenal», por lo que podemos asegurar que se trataba de un auténtico espectáculo.

Además, era un jardín que estaba en perfecta sintonía con el hombre. En otras palabras, no había en él nada de lo que surgirá después del pecado original. Esto es, por ejemplo, el frío, la decadencia, entre otras cosas. Adán se encontraba rodeado por lo que sería, literalmente, un paraíso.

Ahora, habiendo sentado ya el «ambiente» material en el que se encuentra Adán, será necesario pasar a analizar otros elementos importantes para entender la felicidad original que luego queremos buscar.

En comunión con Dios

buscar la felicidad

En primer lugar, debemos ubicarnos según el contexto que el Papa nos ha querido señalar en este preciso momento de la narración: Adán, en este punto del segundo relato de la creación, se encontraba solo frente a Dios. Además, como aún no había rechazado la Alianza, su relación con el Creador era también armónica.

Adán recibía, sin dificultad alguna, todos los dones de Dios y estaba, además, en comunión constante con Él. Esto parece ser una de las primeras grandes características de esa felicidad: la comunión con Dios.

Adán no era tan feliz por el mero hecho de estar rodeado por un paisaje hermoso, sino, más bien, por el hecho de estar en comunión con su Creador. De hecho, la belleza terrenal pasa a un segundo plano comparado con esta realidad entre el hombre y Dios.

A pesar de que el jardín pasa a un segundo plano, sigue teniendo un rol crucial para la felicidad del hombre. En este segundo paso, es importante acercarnos un poco más a esa armonía de Adán con su entorno. Esto significa, en parte, que para él no había nada que lo hiciera temer ni que le significara algún tipo de afán.

Adán estaría tranquilo en ese jardín, confiado de que todo estaba ahí para su bien. Las angustias que trae la vida humana, indudablemente, son consecuencia del pecado que aún no había sucedido.

Más allá de eso, esta escena y las condiciones que rodean a Adán nos están queriendo mostrar que la condición fundamental al buscar la felicidad es la paz.

Dos árboles, en medio del jardín

Antes de ir más allá con este estado de paz (externa), debemos poner atención a otros elementos que están en el jardín en Edén. El narrador nos cuenta que en ese jardín, en el centro, hay dos árboles muy específicos.

Llama la atención el hecho de que el texto se haya tomado el trabajo de nombrar, entre todos los árboles que había en aquel paraíso, a dos: «el árbol de la vida» y el «árbol de la ciencia del bien y del mal». ¿Qué simbolizan estos dos árboles?

El árbol de la ciencia del bien y del mal, en medio de muchos significados apropiados que tiene, según la Teología del Cuerpo, nos muestra el símbolo de la alianza original entre Dios y el hombre. Esto resulta crucial, ya que refuerza lo que hemos dicho sobre la armonía entre Dios y el hombre.

Es el símbolo de la comunión entre Adán y su Creador. Ahora, el Magisterio de la Iglesia también nos da una clave sobre este árbol: es símbolo de la capacidad del hombre para discernir entre el bien y el mal. En otras palabras, es el símbolo de la verdad.

«El árbol de la vida» también tiene un significado muy especial. San Juan Pablo II explicó que ese árbol es nada más y nada menos que el mismo Cristo. Cristo, es decir, la Segunda Persona de la Trinidad, es la fuente de toda vida. Sin Él, nada existiría.

Que este árbol esté en medio del jardín en el que se encuentra Adán es fundamental para nosotros: la vida que da Jesús es la verdadera vida, vida que es, ante todo, gozosa, pero también inagotable.

Él mismo dijo en los Evangelios que el que coma de este fruto, vivirá para siempre. El fruto de ese árbol es su carne. En otras palabras, la Eucaristía.

Buscar la paz interior (y la felicidad)

Todo lo que te he contado hasta ahora impacta al hombre original. Esta vez no de forma externa, sino, más importante aún: interna. San Juan Pablo II se refirió a la interioridad como el fundamento del ser humano.

San Agustín fue otro santo que también afirmó que en la interioridad residía la verdad. El Génesis parece darles la razón a los dos: en el centro del jardín se encuentran la verdad y la vida. En una palabra, en el medio del jardín, que hace tan feliz al hombre, está Dios, figurado por medio de estos dos árboles.

Esta realidad traería a ese primer hombre un estado interior que muchos santos resaltaron por encima de todo: la paz interior. Jacques Philippe escribió que esta paz no es lo mismo que estar «tranquilo». Muchas veces podemos sentirnos calmados, pero no tener paz interior.

La paz interior, que le trae felicidad al hombre, se alcanza cuando se entrega por completo a Dios, cuando está en comunión con Él y cuando vive según la alianza.

Todo esto nos está señalando que la felicidad, en primer lugar, no es una meta, sino un don de Dios. Don que Él da al hombre cuando vive en armonía con esos elementos fundamentales que hay en ese jardín. Donde los dos más importantes son la verdad y la vida.

Quien vive según estos fundamentos se esfuerza por tener una vida, sobre todo, virtuosa.

En segundo lugar, la felicidad misma surge como resultado de vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Aunque sea difícil lograrlo en nuestros tiempos, sobre todo por la herida «que labró el pecado», ya tenemos claro cuál es el camino para el éxito: Cristo.

La gracia que da Nuestro Señor es el alimento para poder recorrer ese camino y mantenernos en comunión con Él.

Por último, ¿cómo entonces buscar la felicidad…?

Podemos reunir todas estas condiciones que nos hacen auténticamente felices, recordando cuál es la esencia de la naturaleza que Dios creó en nosotros, a imagen y semejanza de Él, precisamente.

Aquello que reúne estas características de la felicidad original es, indudablemente, el amor, pues Dios, siendo una comunidad de amor, nos hizo amadores.