
Este año se cumple el 25 aniversario del primer lanzamiento de Pixar Animation Studios en el cine. En 1995 llega a los cines la película de los juguetes más queridos por los millennials. «Toy Story» marcó el inicio de una nueva era en lo que a cine animado se refiere, y abrió las puertas para que películas como «Monsters Inc.» o «Buscando a Nemo» se volvieran una realidad.
Hoy nos gustaría traer a la mesa un tema que se plantea en la película de Pixar «Buscando a Dory», estrenada en 2016. Sabemos que ya pasó tiempo pero nunca es tarde para encontrar en cualquier parte un recurso para el apostolado. Antes de mencionar algunos de los puntos más valiosos que se pueden rescatar del film, te comparto el trailer (en caso de que no la hayas visto y quieras animarte) y una introducción.
¿Cómo llegué a relacionar la película con un caso de la vida real?
Dos años atrás, a eso de octubre/noviembre de 2018 estaba yo caminando hacia la parroquia en la que colaboro como coordinador de catequesis de jóvenes. Era martes (o domingo, no me acuerdo muy bien) y en eso veo a Lucas, uno de los chicos que había estado en el grupo que se confirmó el año anterior.
Venía acompañado por alguien que no conocía. Cuando voy a darle mi mano para saludarle, veo que me da la izquierda en vez de la derecha e inmediatamente me muestra que no tenía mano derecha, su brazo terminaba en donde estaría su codo, un poco más tal vez.
Lucas me presenta al sujeto en cuestión y Matías (nombre del aludido) me dice que ese brazo incompleto que tenía era su «aleta feliz». Me reí fuerte (y créanme, tengo una risa muy particular) y eso fue prácticamente todo. Esa fue la primera vez que crucé palabra con este sujeto tan alegre que sabía, de una forma u otra, reírse de sí mismo, aludiendo a una película animada para hablar de su «discapacidad».
Meses más tarde, en la casa de otro chico, Manuel, nos volvimos a cruzar y ahí fue donde nos hicimos formalmente amigos. Lo que vi fue a un chico de 17 años que tenía las ideas claras, sabía hacia dónde quería ir, qué le interesaba y, primero y fundamental, quién quería ser.
Soy capaz en medio de la «incapacidad»
En una de las tantas conversaciones que hemos tenido me contó que, entre tantas actividades extracurriculares que tenía, una de sus favoritas era ir a hablar a los colegios para dar testimonio sobre cómo es que se es capaz en la incapacidad. No voy a desarrollar todo lo que él dice porque le estaría robando el contenido de su charla, pero mucho de lo que me dijo esa vez, lo vi retratado en la secuela de «Buscando a Dory».
Un dato de color que no les conté: como muestra de cariño, en ocasiones, lo llamo por el apodo de Nemo, gracias a su aleta feliz. Dicho eso… ¿qué tiene de positivo la película «Buscando a Dory» en la que el personaje principal no puede recordar a sus padres? Esto es lo que yo vi:
1. Reconocimiento de la propia fragilidad
Una de las tesis sostenidas por Matías «Nemo» es que todos somos discapacitados. ¿Cómo puede ser eso? Sencillo. Si definimos la palabra discapacidad como la falta de alguna habilidad o atributo para desempeñarse. No hay persona en el mundo que no se sienta identificada con eso (nota al pie: soy muy consciente de que la definición que doy no es científica. Es una posible definición que se le puede atribuir a la palabra discapacidad y que no es falaz).
Si consensuamos en esa definición, podemos seguir. En «Buscando a Dory», nos volvemos a encontrar con los peces payaso más adorados del océano y por supuesto, a la pececita más simpática que Pixar podría haber creado. Esta vez, el problema es diferente.
No hay secuestros en la secuela, solo distanciamiento. Dory se da cuenta de que no está con sus padres. Siente en su interior la urgente necesidad de reencontrarse con ellos, pero no puede sola. Necesita de Marlin y Nemo. Y es ahí donde llegamos al siguiente punto.
2. Saber pedir ayuda
Vivimos en el mundo de la autosuficiencia. El «yo puedo» se ha convertido en una instancia de aislamiento y una actitud de puertas cerradas, donde cada uno puede por sí mismo y no necesita ayuda. Nos molesta decir «¿me podrías escuchar?» o «necesito ayuda, no puedo cargar con esto».
No me refiero a cuestiones prácticas como levantar algo pesado o actividades de índole física, me refiero a lo que pesa en nuestro interior. El mundo exterior se ha vuelto tan público, consecuencia de las redes sociales, que nos encerramos en nuestra interioridad como si fuera un «palacio interior» y nos refugiamos en él con tal de que la gente no vea las cosas que nos cuestan o duelen. Eso que «no podemos hacer».
Esto lo digo siendo parte de ese grupo de personas. Una vez me pasó cuando le dije a alguien «esto es una de las cosas que más me cuestan» y su respuesta fue «nunca lo hubiera dicho, siempre te vi tan confiado y seguro de vos mismo». Creo yo que el mundo necesita «revestirse de debilidad».
Como afirma Michael J. Buckley, S.J. «Debilidad», dice el Padre Buckley: «Es la experiencia de una peculiar vulnerabilidad ante el sufrimiento, de un profundo sentimiento de incapacidad tanto para actuar como para proteger. Una incapacidad —aún después de denodado esfuerzo— de ser uno autor, de desempeñarse como uno quisiera, de influir sobre lo que habíamos decidido, de tener éxito con toda la plenitud que hubiéramos anhelado».
¿Por qué es tan necesaria esta experiencia? Pues, es en ese momento en el que nos «quebramos» y pedimos ayuda. En la película, Dory se reconoce débil y dice «No puedo encontrarlos por mi cuenta. Me voy a olvidar. Por favor ayúdame a encontrar a mi familia».
Ella se sabe débil. Necesita del otro. En nuestra vida, esa experiencia de debilidad debería remontarnos a Dios. Decirle «No puedo encontrarte por mi cuenta. Me voy a perder. Por favor ayúdame a encontrarte».
3. Cuando nuestras debilidades son, paradójicamente, nuestras fortalezas
A mi amigo le falta medio brazo, y por eso que es más fuerte que mucha gente que conozco a la que no le falta un solo miembro. Dory no tiene memoria y aun así es ella la que logra recordarle a cada uno de los personajes que la acompañan en su viaje, cuáles son las cosas que realmente importan en la vida.
Cada una de las criaturas que pasan por el camino de Dory, incluso sus padres, tienen algo para aprender de la pececita que no puede hacer las cosas sola. Esto nos llama a preguntarnos: ¿Qué puedo aprender yo de mi prójimo? ¿Qué es eso que no estoy sabiendo valorar de aquella persona que me parece menos por esa discapacidad que me opaca su verdadero valor?
¿Has visto «Buscando a Dory»? ¿Qué otro punto dirías que vale la pena rescatar? Si tienes alguna sugerencia para comentar, hazla en los comentarios o no dudes en enviármela a ignacior.rc1@gmail.com ¡Con gusto te responderé!
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