Una de las Obras de Misericordia Espirituales nos invita a consolar al afligido. Es algo que todos podríamos hacer, si no, Dios no nos hubiera propuesto hacerlo. Además, en nuestro camino siempre nos encontraremos con alguien que necesita una palabra de aliento. Y, en muchas otras oportunidades, seremos nosotros quienes estaremos desesperados por escuchar algún consejo que conforte.

No obstante, mientras creo que todos deberíamos estar abiertos y disponibles para consolar al prójimo, hay una parte de mí que está convencida de que existe una epidemia de «opinólogos» que «razonan fuera del recipiente». Más que un paño aséptico, resultan impertinentes y hasta tóxicos, empeorando la situación ya de por sí difícil que el otro está atravesando.

Perdón si al decir esto estoy siendo dura con quienes simplemente quieren actuar con caridad. Al mismo tiempo que me disculpo, invito a todos a leer estos puntos que enumeré, para evitar cometerlos y que la ayuda que podamos proporcionar sea, efectivamente, una ayuda.

1. Si no tienes nada bueno que decir, calla

«Debiste haber hecho aquello», «¿no pensaste acaso…?», «¿cómo se te ocurrió?» y otras tantas preguntas y comentarios que no aportan, deberían ser eliminados mientras formamos parte de una conversación donde una persona lamenta su suerte.

Sí, debió haber hecho aquello, pero no lo hizo. No, quizás no pensó. Tal vez no se le ocurrió. O sí, pero actuó mal de todas formas. Si nuestro comentario no conduce a nada positivo, y en cambio, juzga más de lo que ayuda, evítalo.

¿Por qué restregar a la persona algo que no puede cambiar? ¿Por qué hacerla sentir peor? Si no se nos ocurre una manera positiva de continuar la conversación, será mejor callar. Dejar que el otro se exprese. Se puede ser un interlocutor bueno y válido aun cuando hay más silencios que palabras. De hecho, los silencios son hasta necesarios. Dan espacio a quien necesita desahogarse.

2. Por favor, por favor, no te compares si no pasaste por lo mismo

Quizás sea algo de soberbia, pero ¿no es cierto que mientras escuchamos el problema de un amigo inmediatamente pensamos en algo —distantemente— similar que nos ocurrió? Luego proponemos nuestro ejemplo para contar lo que nos sucedió, cómo lo encaramos, cómo se resolvió. A veces, si la situación por la que se atravesó fue, efectivamente la misma, ayuda y mucho escuchar de una experiencia ajena.

Pero lastimosamente, muchas veces la experiencia ajena es totalmente diferente, y quizás se trae a colación por la vanidad de querer ser el centro de atención, de querer ser quien brinde un buen consejo o de quien tiene todas las respuestas. O simplemente, por despiste, sin mala intención.

Cuando esto ocurre, resulta doloroso para el amigo con el conflicto porque, en primer lugar, es testigo de cómo fue desplazado de la conversación para dar protagonismo a la segunda persona y, en segundo lugar, se siente incomprendido, pues la anécdota que se trae a colación no tiene la más mínima semejanza con lo que en realidad le preocupa.

¿Qué sugiero aquí? Que hagas un examen de conciencia con énfasis en la humildad, y el siguiente propósito de lucha: escuchar sin interrumpir y sin querer ponerte como ejemplo. Verás que luego harás un bien muy grande a tus amigos.

3. Si no eres experto en el tema… no te comportes como tal

Este punto lo puse pensando en una situación de la que me tocó ser testigo. A un amigo con un trastorno afectivo, otro le sugería: «yo, si fuera vos, probaría una dieta más natural, smoothies todos los días, en vez de tomar tantos medicamentos…».

Ok, entiendo que una dieta equilibrada y el ejercicio sí son necesarios para una vida más saludable. Pero obviamente, no son la respuesta para todos los casos, y ni siquiera llegan a ser suficiente si estamos hablando, como el caso de este amigo, de un trastorno psiquiátrico con una raíz más profunda y nada relacionada a su alimentación.

En el mismo escenario, ante el diagnóstico que se comentaba, otra persona dijo «yo, la verdad, no creo que tengas eso». Un gran signo de interrogación tomó forma encima de mí cuando escuché ese comentario. Ya que quien lo dio no tenía para nada formación médica.

¿Cuál es el fin de un comentario así? Nuevamente, tendré que pensar que es simplemente «vanidad de vanidades». Nuestro deseo de querer tomar protagonismo y ser quienes tienen la última palabra, o quienes todo lo entienden.

Pero, ¿cómo eso ayuda a la persona interesada? Aunque este ejemplo está relacionado con la salud, creo que se puede aplicar a temas laborales, financieros, o hasta en la educación de los hijos. Si uno quisiera una respuesta profesional, pues acudiría al especialista. Es más, quizás ya lo hace y paga una suma importante para escuchar una prescripción más válida que la que puede obtenerse en foros de Internet.

¿Qué hemos de hacer nosotros por nuestros amigos? Escuchar, preguntar para entender, con humildad y con el deseo de comprender mejor lo que el otro está pasando. No inquietos y ansiosos por emitir un veredicto.

4. Asegúrate de que tu consejo sea verdaderamente bueno

Ante el cuadro de depresión de una amiga, otra le sugirió: «tener un hijo para experimentar la maravilla de ser madre y así olvidarse de sus penas». La primera interesada ni siquiera tenía pareja, así que obviaré las cuestiones morales que se desprendían de semejante consejo, que hasta sugirió la inseminación artificial para curar una depresión clínica.

Aun así, aunque digo que no quiero referirme a las implicaciones morales o no de esta sugerencia, sí quiero rescatar que me parece fundamental saber si nuestro consejo es, materialmente, un consejo bueno. Es decir, ¿es bueno, como este caso, ofrecer una criatura como si fuera un accesorio para buscar egocentricamente la alegría?, ¿es bueno insinuar una borrachera para contrarrestar la frustración de un despido?, ¿es bueno promover sexo casual para olvidar un desamor? Si no es un consejo bueno, no es un buen consejo.

5. «En mi opinión…». Mmm, tal vez deberías reservarla

Muchas veces queremos escuchar la opinión de un amigo, para que nos ponga objetivamente las cosas como son, que no logramos ver por nuestra cuenta. Pero muchas otras veces no es una opinión lo que estamos buscando. No necesitamos un pequeño sermón.

Sí, puedes dar un consejo. Pero no es lo mismo decir, por ejemplo: «¿no puedes dormir?, ¿quieres que te sugiera algún tip para descansar…? (lo subrayo porque me parece importante consultar si nuestra sugerencia será bienvenida)

¿Probaste tomar algún té o producto natural?, ¿has consultado con un médico?». Esto es mucho mejor que empezar con un discurso que más o menos suena a: «¿no puedes dormir? yo creo que eso se debe a que estás estresado todo el tiempo, siempre te ocupas de más por los demás, y no te das un espacio a ti mismo, deberías priorizarte, bla, bla, bla». Consejeros, sí. Opinólogos, no, gracias.

¿Qué necesita tu amigo? Dale eso, no más. Hay veces en las que el amigo ni siquiera busca un consejo. Simplemente, quiere hacer una breve catarsis y sentirse escuchado. Ya sabe lo que puedes decirle. Quizás incluso ya intentó poner en práctica algunas de las sugerencias que tienes en mente mientras lo escuchas.

Quizás intentó incluso más cosas de las que podrías imaginarte. No está buscando una solución, está buscando un oyente, alguien que pueda conmoverse a su lado, demostrándole que a pesar de lo costosa que pueda ser la prueba que está atravesando, no está solo.

¿Cómo saber qué quiere entonces? Escuchando. O preguntando directamente. «¿En qué te puedo ayudar?» es mucho más agradable escuchar esta frase que una sarta de indicaciones no buscadas.

6. Un poco de diplomacia (y respeto) no cuesta nada

Creo que al acercarse a una persona que sufre, e intentar llegar a su corazón, que se abre para dejarnos ver su pena, hay que hacer una genuflexión previa. Figurativamente, claro. Cuando uno atraviesa un momento difícil, sea cual fuera, al compartir su experiencia deja ver un espacio íntimo, donde se encuentra vulnerable.

Si nos hacen partícipes de este espacio, está mal darle poca importancia, tomarlo a la ligera, burlarnos consciente o inconscientemente, hacer chistes voluntarios o involuntarios. A veces incluso con la buena intención de romper el hielo o aliviar la densidad, pensando que un poco de humor solucionará la cuestión. No, no es así. Lo único que se logra es añadir una espina más a un corazón que ya estaba acribillado cuando se acercó a nosotros.

¿La solución? Delicadeza, prudencia… un poco de inteligencia emocional.

7. Reza antes, reza durante, reza después

Antes de hablar con el prójimo que nos busca — o a quienes nos acercamos, si lo vemos mal —, rezar por esa persona, ofrecer alguna pequeña mortificación para aliviar en algo lo mal que pueda estar pasando. Seguir rezando, acudiendo quizás a tu ángel de la guarda y al ángel de la guarda del amigo, para que los consejos que salgan de tu boca sean verdaderamente inspirados por el Espíritu Santo.

Finalmente, cuando te alejes, sigue rezando por esa persona. Aunque no puedas darle una mano material o aunque no hayan palabras que puedas dejarle… sí se puede rezar. Y eso quizás será una ayuda aún más grande de la que pueda proporcionar cualquier pequeño o extenso discurso. No hay nada más confortante ni efectivo que la comunión de los santos.

Un ejemplo bíblico

En el libro de Job vemos cómo este lo perdió todo. Todo lo que podía salirle mal, pues le salió mal. Todo lo que tenía, lo perdió. Todo, hasta que exclamó «desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo volveré».

En un momento de gran desolación espiritual y angustia, se acercan sus amigos. «Cuando le vieron de lejos, no le reconocieron; entonces alzaron su voz y lloraron. Se rasgaron las vestiduras y lanzaron polvo al aire sobre sus cabezas. Se sentaron en el suelo junto a él durante siete días y siete noches sin decir una palabra, porque comprendían que el dolor de Job era muy intenso».

Nadie era capaz de decirle nada. Así hemos de actuar muchas veces, acompañando con nuestro silencio, con nuestra oración, y el tiempo que sea necesario. Porque hasta el comentario mejor intencionado puede caer mal, y no hay que ofenderse, pensando «¡Para qué me busca, si no me quiere escuchar!». Eso es, nuevamente, soberbia.

Se debe tener paciencia, esperar a que sea el momento adecuado para hablar y, quizás entonces, hacer como hizo Elifaz, junto a Job: «Si alguien intentara hablar contigo, ¿lo soportarías? (…) Yo en tu lugar me dirigiría a Dios, pondría en Dios mi causa (…) pues Él hiere, pero pone la venda; golpea, pero cura con sus manos».

De esto, además de aprender a esperar el momento adecuado para opinar y pedir permiso para hacerlo, también descubrimos lo importante que es, en primerísimo primer lugar, recordar a nuestros amigos que sus vidas están en las manos de Dios y que, si permanecen ahí, aunque caigan, volverán a Él.

Pedir ayuda a la Virgen. Nuestra Madre es «consollatrix afflictuorum», consoladora de los afligidos. Encomendarle a Ella nuestros amigos. Pedirle a Ella que, oportunamente, nos enseñe a hablar y nos enseñe a callar. Que nos enseñe a querer de verdad a quienes queremos consolar, para que las palabras que salgan de nuestros labios sean, efectivamente, un alivio y no una carga más para el yugo que el otro debe cargar.

Espero que estos consejos puedan ser útiles pata ti. Si tienes otro que se pueda agregar a la lista, compártelo con nosotros en los comentarios.