asunción de maría

Cuando llega el mes de agosto y se acerca la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos, no puedo evitar recordar especialmente tantos y tantos años celebrando esta fiesta con mi abuela, Asunción, la «yaya Chon», como cariñosamente la llamábamos.

Es una jornada muy especial, el día más solemne de las fiestas mayores en el pueblo de mi familia. Por la mañana se celebra la tradicional misa baturra, y las jóvenes ofrecemos un pan, un bizcocho cocinado con mucho cariño, que se bendice y reparte entre todos los fieles. Después nos reunimos en la casa familiar y nos sentamos alrededor de la mesa, una mesa presidida por ella, que se ha encargado cuidadosamente de todos los detalles y se siente feliz de reunirnos a todos por fin.

Era una mujer menudita pero llena de carácter y genuina feminidad. Esposa, madre, suegra, abuela… su sola presencia inspira respeto y ternura. Era, sobre todo, una mujer de fe, de fuertes convicciones, de esperanza infinita. Un pilar inquebrantable en la vida de mi tío y de mi padre, una cristiana con las ideas claras y con ímpetu por servir.

Me siento afortunada de haber podido conocerla y compartir con ella muchos años, los suficientes para considerarla una bella referencia. La yaya Chon me recuerda a esa muchacha de Nazaret que dijo «Sí», una mujer de su pueblo, de su cultura, que medita y contempla su contexto para después ponerse en acción.

La Asunción de María a los Cielos

asunción de maría

El 15 de agosto celebramos esa «señal grandiosa en el cielo» de la que habla el Apocalipsis. Celebramos a María como signo de esperanza y consuelo para el pueblo de Dios. María redirige el rumbo de la historia con un Fiat. Trae al mundo al Redentor, al hombre que después de dos mil años sigue haciendo lío en la vida de tantas y tantas personas.

En María encontramos a la misionera en salida, que emprende un camino evangelizador diferente, uno que se cimienta en la justicia y la paz. Su camino es el signo de que aún puede existir un mundo mejor, que Cristo está vivo.

No es de extrañar que el Papa Francisco, en la JMJ de Panamá en 2019, la señalara como la auténtica influencer de Dios:

«(…) una joven de Nazaret que no salía en las “redes sociales” de la época, pero que sin quererlo se convirtió en la mujer que más influenció en la historia de la humanidad».

La suya fue una mediación valiente y profética que anunciaba esperanza y amor, preocupada siempre por ofrecer aquello que podía ayudar a las personas.

¿Por qué celebramos esta solemnidad?

Nos recuerda la Carta Encíclica Redemptoris Missio del Papa Juan Pablo II, que la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo con «María, la madre de Jesús» (Act 1, 14), para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero.

Celebrarla es renovar el compromiso con un Reino sin fronteras e ideologías, es apostar por una vida inundada de Dios y llena de sentido, es asociarse al proyecto de Dios.

«La Inmaculada Madre de Dios, la siempre virgen María, habiendo completado el curso de la vida terrena, fue asumida en cuerpo y alma a la gloria celestial» (Munificentissimus Deus, Pío XII).

Dado que la muerte y la corrupción del cuerpo humano son consecuencias del pecado, no era conveniente que la Virgen María, libre de pecado y Madre de Dios, se viera afectada por ellos. La Asunción de la Virgen María es el dogma de la Iglesia por el cual se nos hace evidente la promesa de Dios.

Su gloria anticipada es la prueba. Una prueba para no perder nunca de vista el destino, la meta. El reencuentro de la Madre y el Hijo en el cielo nos habla de Esperanza, de Amor y de Familia.

Un motivo de esperanza

Por eso, en una ocasión como esta me siento especialmente cercana a mi abuela, quien goza ya de ese abrazo infinito en Dios. Parte de esa genuina feminidad ha germinado también en las mujeres de mi familia. Lo veo, se siente. Y, de igual forma, hijos, nietos y biznietos han heredado esa generosa y noble mirada de la mujer fuerte y esperanzada que fue.

Al mes de fallecer ella, lo hizo su hijo, mi padre. Muy poco tiempo entre una muerte y la otra. Muerte para los que se quedan, porque los que se marchan continúan vivos: el ser humano fue creado para la eternidad.

Es la Asunción de la Virgen María la «señal grandiosa en el cielo» que me da esperanza y me ayuda a poner en el centro lo verdaderamente importante. La Virgen, llevada en cuerpo y alma a los cielos, es la que me abraza ante la ausencia.

Es María, la que acorta la «distancia» que separa al creador de la criatura. Esa muchacha de Nazaret es la que me anima a responder con fe a los retos de nuestro tiempo. Ella es mi influencer preferida.