

Empezamos el año con propósitos que usualmente parecen «cosas que debemos dejar de hacer o de ser». Es muy positivo poderse mirar y decir: «Esto está mal y ya no quiero serlo más». Lo que no ayuda es ahogarse en «Nunca seré capaz de cambiar esto» o «¿Es que tengo en mis genes ser así?», «¿Si hubiera sido más consciente cuando era más joven, hubiera podido cambiar?».
El escenario se vuelve trágico, no soportamos mirarnos… pero hay alguien que sí: Jesús. Se nos olvida compartir nuestras faltas, pecados o fallos con Él. Podemos identificar, gracias al Espíritu Santo y a quienes nos van dando
buenos consejos inspirados por Él, o mediante situaciones que podemos enfrentar; actitudes en las que pudiéramos ser mejores o dar más. Pero de nada sirve llenarnos de ansiedad, de culpa o de enojo por eso que no somos.
1. Preséntale todo a Dios con confianza
¿Te digo qué sí sirve? Presentárselo al Señor con toda confianza, como a un amigo o a un abuelo que nos ama, no nos juzga y nos quiere ver más plenos. Jesús es ese maestro y amigo al que puedes decirle «Esto me molesta de mí, lo sabes y odio cuando lo he hecho, ¿qué hago?».
No hay mejor comienzo para sanar que este. Se nos olvida que «no vino por los sanos sino por los enfermos». Y que entre menos queramos ver nuestra enfermedad más nos seguiremos alejando del camino… del Buen Dios, de su mirada, y su abrazo que todo lo sanan.
Porque si el enfermo sigue ocultando su enfermedad por culpa o miedo al remedio, podría empeorar, contagiar a otros y aislarse hasta perderse.
2. Recuerda cuán privilegiados somos
Jesús tocaba a quienes permanecían apartados de la vida normal que los demás consideraban impuros o endemoniados. Esta enfermedad llegaba a hacerlos más buscados por Él, pero no nos desesperemos. Tal vez hoy es el día en que deberías preguntarte: ¿Hoy qué te oculta y te encierra que Jesús quiere mirar, tocar y sanar si te dejas?
No es por castigo sino por amor que Dios nos sana. El miedo que tiene el enfermo al médico es porque se imagina que el dolor será mayor si le pide su ayuda, pero ¿no nos conoce Él mejor que nosotros mismos? ¿No nos ama más que nosotros mismos?
Una buena amiga un día me compartió el consejo de un sacerdote: «Déjate sanar por la belleza». Dios no sana solo llorando en oración, ¡te puede sanar como Él quiera y con lo que quiera! Caminando, platicando, danzando, trabajando.
Piensa en este momento: ¿Qué experiencias, palabras, canciones o películas recuerdas que Dios permitió te sanaran? Dios lo menos que quiere es lastimarte, pídele que te sane y lo hará con delicadeza, creatividad, sin presiones y con mucho amor.
«Dame tu amor y tu gracia, esto me basta»
Esta es la parte final de la oración de ofrecimiento de san Ignacio: al final no es más lo que podemos hacer o deshacer, decir o desdecir… como lo que nos ayuda la gracia y el amor de Dios. ¿Confiamos más en Él que en nuestros medios?
Para finalizar y a modo de reflexión, te comparto esta hermosa oración que seguro te servirá:
Adora y confía
No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su futuro más o menos sombrío.
Desea aquello que Dios desea.
Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,
acepta los designios de su providencia.
Poco importa que te consideres un frustrado,
si Dios te considera plenamente realizado;
a su gusto.
Entrégate con confianza ciega en este Dios
que te quiere para Él.
Y que llegará hasta ti, aunque no le veas nunca.
Piensa que te encuentras en sus manos,
más fuertemente sostenido,
cuando más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz. Te lo suplico.
Vive en paz.
Que nada te turbe.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni el cansancio psíquico.
Ni tus fallos morales.
Haz que surja,
y conserva siempre sobre tu rostro,
una dulce sonrisa, reflejo de aquello
que el Señor continuamente te dirige.
Y en el fondo de tu alma coloca,
antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.
Recuerda:
Todo aquello que te reprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso, cuando te sientas
afligido, triste,
adora y confía.
(P. Teilhard de Chardin, sj )
0 comentarios