

¿Es lo mismo el amor de padre y el amor de madre? Cuando una madre es madre, lo es «naturalmente». Su fisiología durante el embarazo la cambia y la «programa» para su rol maternal. El rol materno es un rol fuertemente instintivo, y solo necesita un pequeño asentimiento de la voluntad para brindar un amor completamente incondicional.
La madre recibe y acoge a la nueva vida dentro de sí misma, y el hijo se percibe a sí mismo como la misma persona con la madre. En cambio, con papá… ¡La cosa es completamente diferente! Papá no vive el embarazo como la madre, y su vinculación con el niño es siempre a través de la madre.
Una vez nacido, el padre se convierte en padre por un acto de la voluntad, por una decisión personal. Al no tener esa vinculación biológica, el amor paternal está basado en los logros y avances del hijo, y casi siempre es un amor exigente.
Lo que vemos en la divertida publicidad que hoy les comparto es al piloto de Fórmula 1 Nico Rosberg, campeón de 2016 que compite con su papá, Keke, campeón de la misma categoría de 1982 para ver quién conduce el vehículo que parece que es de ambos.
En esta divertida competencia, no importa lo que haga el hijo, Keke lo supera y termina conduciendo él. El papá parece provocar al hijo para que dé lo mejor de sí mismo. Y lo exige, no con una exigencia sin fundamentos, sino demostrando que él, como padre, es mejor en todo lo que compiten.
¿Es de verdad así el amor paternal?
Como te dije antes, el amor paternal depende más de una decisión voluntaria del padre, y por este hecho tendrá unas características muy diferentes al amor maternal.
Diferentes no quiere decir necesariamente opuestas, sino que podría acercarse a la noción de complementariedad. El amor de papá y el amor de mamá son necesarios para la salud psicoafectiva del niño… ¡y en este caso del adulto!
Si eres padre, exige y alienta
El amor de padre es un amor exigente. Ya sé, ya lo dije, pero quiero que quede claro. No quiere decir que vaya a estar atado exclusivamente a los resultados que el niño obtenga, pero sí una parte importante del amor de padre va a verse retroalimentada por los logros y cumplimientos de su hijo.
El amor de padre alienta al niño a superarse a sí mismo, y a regular sus propios comportamientos para agradar al padre. Es un amor que tiene una mirada vigilante sobre el niño, pero esa mirada vigilante está siempre teñida de confianza.
Afianza al niño en su seguridad, en su capacidad de superarse a sí mismo para dar lo mejor de sí. En esta publicidad el hijo le muestra sus «logros» a su padre, y el padre lo «supera» para demostrarle que puede ser mejor.
Juegos bruscos y exigentes
Los juegos que el padre propone son juegos donde hay una competencia en ciernes. El niño es llevado entonces, mediante el ánimo competitivo, al límite de su exigencia. Generalmente el padre regula su fuerza y permite que el niño «gane». Pero casi siempre por un margen estrecho, como para dar a entender que todavía puede mejorar su performance anterior.
El juego paternal es brusco, de modo tal que el niño está siempre al borde del dolor o de la frustración. Este tipo de juego brusco es extremadamente importante al momento de poner límites a otros niños en los juegos, y de aprender a defenderse de una agresión injusta. También genera niños que tienen menor cantidad de problemas de socialización y comportamiento.
Es más espiritual que físico
Como depende de una decisión voluntaria y como el varón no genera oxitocina como sí lo hace la mujer durante el embarazo. Ni tiene tantos receptores cerebrales como la mujer para ella, el cariño del padre es mucho más espiritual que físico.
Al padre le cuesta más expresar su cariño de un modo afectivo, con cariño físico, y generalmente lo aplica con palabras de aliento, afirmación y regalos. No quiere decir que el padre sea absolutamente incapaz de hacer una caricia o dar un beso, pero habitualmente buscará afirmar a su hijo mediante otras herramientas afectivas distintas al cariño físico.
El padre «lanza hacia el mundo»
Al brindar un cariño espiritual y exigente, el padre es el encargado de lanzar a los niños al mundo. Su capacidad de amar se ve colmada cuando sus hijos enfrentan el mundo y triunfan. Esto hace que el niño desarrolle su relación con el mundo externo, y prueba de que el amor de padre ha triunfado en el niño es cuando le transmitió su seguridad y fortaleza.
El amor de padre es el encargado de poner límite al amor de sobreprotección de la madre, y enseñarle al niño que el mundo es un lugar inseguro y hostil que tiene que ser conquistado.
El padre corta el cordón umbilical
El padre es el encargado de «cortar el cordón umbilical» (a veces en la realidad, pero casi siempre metafóricamente). Es decir, de cortar la dependencia del hijo con la madre, y muchas veces también cortar el cordón de dependencia de la madre con el hijo.
Esta tarea, que puede suceder hasta durante los años de la adolescencia, es crucial para que el niño pueda adquirir su independencia personal. Que muchas veces es resistido por la madre y por el hijo que están «cómodos» en una relación en la que la madre no permite el desarrollo del niño, o el niño no es consciente de la injerencia de la madre en su propia vida.
Puede convertirse en tiránico
Como el amor de madre puede convertirse en sobreprotector, el amor de padre puede convertirse en tiránico. Por eso es importante el contrapeso del amor maternal, y para el amor maternal es importante el contrapeso del amor paternal.
El padre que exige demasiado a sus hijos es un padre que corre el riesgo de dejar secuelas emocionales en el desarrollo psicoafectivo de su hijo. Un padre que es demasiado estricto puede generar, por rebeldía adolescente un joven contestatario, violento o agresivo con los demás o consigo mismo.
La sensación de no ser nunca «demasiado bueno» para los estándares de papá es tan demoledora como la sensación de ser siempre «el niño perfecto» que puede tener una mamá demasiado sobreprotectora.
¡No hay que exasperar a los hijos!
Un sentimiento que tuve al ver la publicidad, aún sabiendo que es una caricatura cómica de la relación entre padres e hijos varones, es que Nico, el hijo, está casi siempre al borde de la exasperación. ¡Su padre es muy bueno, y nunca va a poder estar a la altura!
Por eso es extraordinario el consejo que nos da el papa Francisco en su exhortación apostólica postsinodal sobre los jóvenes «Christus Vivit»:
«La Palabra de Dios dice que a los jóvenes hay que tratarlos «como a hermanos» (1 Tm 5,1), y recomienda a los padres: «No exasperen a sus hijos, para que no se desanimen» (Col 3,21). Un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: «que nadie menosprecie tu juventud» (1 Tm 4,12).
¡Exijamos a nuestros hijos a que den lo mejor de sí mismos, pero tengamos cuidado de contrapesarlo con un amor de recepción, ternura y cercanía!
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