

Todos nosotros estamos llamados a amar y ser amados. Podríamos decir que ese es —en pocas palabras— nuestro camino hacia la felicidad.
Jesús resume —a la pregunta del fariseo— las leyes judaicas en el amor a Dios y al prójimo como a sí mismo (Mateo 22, 34-40). Nos dice que es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14, 6), por lo que sabemos, sin lugar a duda, que se trata de un camino de amor.
Amor dispuesto hasta el punto de entregar la vida: «¡Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos!» (Juan 15, 13). Amor que no escatima perdón, hasta perdonar «70 veces 7», como le dirá Jesús a san Pedro (Mateo 18, 21-35).
Podríamos seguir citando un sinfín de pasajes en los que vemos claramente nuestra vocación a ser como Cristo, testigos de amor en primera persona. Como lo dice de manera hermosa san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor» (Avisos y sentencias, 57).
1. Somos personas
Decir que somos personas, o seres humanos, para el lenguaje coloquial, no tiene mucha diferencia. Es más, a veces utilizamos indistintamente ambos conceptos cuando queremos hablar de nosotros mismos.
Sin embargo, si nos ponemos más estrictos y hacemos uso de la filosofía y teología, hay una gran diferencia en decir que somos «persona», o decir que somos «humanos». Es decir, tenemos una «naturaleza humana».
Estrictamente hablando, lo que nos hace a cada uno de nosotros únicos e irrepetibles es el hecho de ser personas. Como personas, somos «imagen y semejanza» de Dios.
También debemos decir que si somos personas humanas, es gracias a que poseemos una naturaleza humana. Nuestra naturaleza es biológica, psicológica y espiritual.
Así somos todos. Si bien no tenemos las mismas características, temperamento, afectividad y tantas otras facultades humanas, participamos todos, de igual manera, de esa «naturaleza humana».
2. Creados «a imagen de Dios»
«Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona. No es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas. Y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar» (Catecismo, 356).
Por lo tanto, debemos decir que, además de poseer la naturaleza humana, tenemos la dignidad de persona, puesto que lo somos. Así como las tres Personas de la Santísima Trinidad, se definen y se diferencian por las relaciones que tienen entre sí, nosotros —como personas— descubrimos nuestra identidad, en la medida que nos relacionamos con otras personas.
No podemos hablar de Persona si no hablamos de relación.
3. El amor como camino de realización personal
Puesto que somos persona, así como las tres personas divinas, solamente el amor puede satisfacer nuestros anhelos más profundos, anhelos de realización personal.
Siempre que nos relacionamos con otras personas, y por supuesto, con Dios mismo, debe ser en el «marco» del amor. De acuerdo con una corriente importante de las últimas décadas, el personalismo, la única forma de relación entre personas, que está a la altura de nuestra dignidad, es el amor.
Desde el amor que le tengo a mi esposo (a), hasta el amor que puedo tener por algún colega del trabajo. Los cuales, por supuesto, son radicalmente distintos. Uno es fruto del matrimonio, mientras el otro es amical o fraternal. Pero siempre en las coordinadas del amor.
Infelizmente, vivimos en una cultura que ha banalizado el concepto del amor. Se usa la palabra «amor» de cualquier forma, y se la aplica para cualquier cosa, desvirtuamos tanto esa palabra, que cada quien tiene su propia noción de amor.
Cada uno, a lo largo de su vida, desarrolla una manera particular de vivir el amor. Que, por supuesto, en la mayoría de casos se distancia bastante del auténtico amor.
4. Jesucristo es el Maestro
Recuerdo una canción que dice así: «Jesucristo es el Maestro, que enseña la verdad, Él es el Hijo del Padre, Él es hombre de Verdad…». Por lo tanto, sí existe un modelo muy concreto y personal para vivir el amor.
Jesús es nuestro modelo, nuestro paradigma de hombre perfecto, él supo vivir el amor hasta las últimas consecuencias. No caigamos en la tentación de una vida cristiana «a mi manera», cogiendo las partes de la vida de Cristo que me gustan, como si estuviera escogiendo los productos que quiero comprar en un supermercado. Ni tampoco elijamos qué páginas del Evangelio vivir.
Sé que no es fácil (lo digo por experiencia), pero ¿dónde podemos encontrar una muestra de amor más impresionante que en la entrega sacrificada de Jesús en la cruz? Dios Hijo, se hace hombre y decide por amor, morir clavado en una cruz. Entrega su vida, ¡por nosotros!
Pidámosle a Cristo que nos fortalezca con su gracia para poder realizarnos como personas, llamados a vivir el amor, así como Él lo ha vivido. Sin escatimar, dispuesto a derramar hasta la última gota de sangre por ti… por mí.
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