

Hay decisiones que cambian por completo el rumbo de nuestras vidas. Desde el momento en que nos despertamos tenemos que decidir. ¿Me levanto ya o mejor me quedo en la cama solo cinco minutos más? ¿Me pongo o no me pongo chaqueta? ¿Tomo café o chocolate? ¿Salgo a correr o me quedo viendo la tele? ¿Me compro una ensalada o echo a volar la dieta?
Decisiones, decisiones y más decisiones. Unas más importantes que otras. Adoptar es una de esas, es una decisión que causa todo tipo de sentimientos, todo tipo de ilusiones, pensamientos y esperanzas. Darle el sí definitivo a la adopción es tan aterrador como tener en tus manos la prueba de embarazo que dice «positivo», digo aterrador no refiriéndome a algo negativo, sino por el contrario a un instante de nuestras vidas memorable, indescriptible, sublime, sobrecogedor, en el que el amor se desborda, en el que no hay alegría más grande, en el que las palabras ya no son palabras porque aún no han sido inventadas para describir semejante milagro.
En esta historia no hay villano, no es mala aquella mujer que no pudo hacerse cargo de su hijo, no es mala esa mujer que después del cuarto o quinto hijo decidió que lo mejor era darlo en adopción, no es mala esa mujer que no tenía recursos para sostenerlo, no es mala esa mujer que fue violada, no es mala esa mujer a la que le dijeron que su hijo venía con alguna discapacidad, no es mala esa mujer abandonada o juzgada y no es mala esa mujer que es estéril. Aquí no hay nadie malo, aquí solo hay mujeres con valentía. Hay una mujer que decidió otorgarle la oportunidad a ese ser de nacer, de ser parte de una familia, de ver la luz del día, de sentir el calor del sol y la brisa del viento, de correr, jugar, gritar y llenarse la cara de chocolate.
Sobra la valentía, el amor, la bondad porque somos fuertes, somos mujeres conscientes de que hay otra alternativa, de que el aborto no es una opción y por ende no debe ser un derecho. ¿Por qué hemos de arrebatarle la vida a otra persona si a nosotros nadie no la quitó? Madre no es solo aquella mujer que llevó en su vientre durante nueve meses a su hijo, madre no es solo la que soportó las náuseas y los antojos, la que sufrió los dolores del parto, la que amamantó 24/7, la que quedó con estrías por todo el cuerpo. Madre es esa mujer que acoge en sus brazos a un niño sin carácter devolutivo, madre es esa mujer que se llenó de amor y de valentía y le dijo si a ese pequeño/a al que se le cerraban las puertas.
Hay un antes y un después en la vida de una mujer o en la vida de una pareja cuando se convierten en padres. Hoy más que nunca escuchamos comentarios como: «para que traer hijos a este mundo», «los niños son un estorbo», «¿porque hay que hacerse cargo de los niños que otros abandonan?” y yo digo: ¿Por qué no? Porque no brindarle una oportunidad a ese niño o a esa niña, porque no darle un padre y una madre si por algún motivo no los pudo tener en su vida, ¿porque no llenar sus días de felicidad, de amor, de ternura, de sonrisas, de caricias? ¿Por qué no?
Un verdadero padre no es el que le dio el apellido al hijo y después lo abandonó, no es ese que lo visita solo en las vacaciones o cada vez que «le queda tiempo», un verdadero padre es ese que dedica su vida entera a ese otro ser que inclusive no proviene genéticamente de el mismo. Un padre esta allí para arrullar en la noche, para salvar al niño/a de las pesadillas, para enseñarle como se deben amarrar los zapatos, para reprenderlo con amor, para limpiarle las lágrimas y también hacerlo reír. Un verdadero padre no es padre a ratos, es padre en todo momento.
Un tema que no muy a menudo se discute es el dolor de una pareja que no puede concebir, especialmente el de la mujer, pues es ella la única dotada de esta gracia. Muchas veces el dolor es camuflado entre los más allegados con disculpas como: «aún no nos hemos decidido», «no queremos hijos», «por ahora nos sentimos bien así»; cuando en realidad se debaten en una lucha interna por concebir. Por eso hoy, si estás leyendo este artículo y eres un padre o una madre que adoptó, te doy las gracias, infinitas gracias por aceptar el reto de ser padre, por desempeñar el rol con tanta dedicación, con tanto amor, pero sobre todo le doy las gracias a Dios por haberte susurrado al oído ese día, que ese pequeño o esa pequeña iba a ser tuya.
La adopción no es solo un regalo para el niño o niña que ahora puede ser parte de una familia, es un regalo para cada miembro que hace parte de esta, inigualable e indescriptible para los padres que hacen su sueño realidad. Es la muestra de amor y misericordia más grande.
«En su gratitud y generosidad, la adopción es un signo patente de la comprensión del mensaje de Jesucristo, que derrama su amor hacia los niños y los acoge con alegría y bondad. Las parejas estériles que eligen la adopción son un ejemplo elocuente de caridad conyugal» (Testimonio del actor Jim Caviezel y su esposa quienes adoptaron dos niños enfermos).
Comparte este artículo con aquellos amigos o familiares que han sido adoptados, que han decidido adoptar o que tal vez están pensando hacerlo. Si tuviste la dicha de ser adoptado ¡cuéntanos tu historia!
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