La caballerosidad ha sido percibida desde tiempos remotos como un requisito que deben cumplir los hombres para ser llamados «buenos hombres». De allí el comentario de la abuela cuando dice «Hija, pero que hombre más atento, tan servicial, todo un caballero». El ser caballeroso es sinónimo de simpatía, de cortesía o nobleza, pero la adquisición de este preciado y anhelado don, se ha convertido en los últimos años en una lucha de sexos.

El video que comparto a continuación habla de la decisión que podemos tomar nosotras las mujeres, de dejar que los hombres sean lo que son, hombres. Aceptar un gesto cordial de su parte no es pecado, no está prohibido y de ninguna manera nos hace ver débiles, inseguras o temerosas de nuestras capacidades como mujeres.

¿Aceptar la caballerosidad es sinonimo de inferioridad?

Aquí la eterna pelea de esas mujeres que últimamente defienden a toda costa esta idea. Esa que quiere ser divulgada a todo pulmón y con un ligero toque de rudeza. ¡Somos mujeres y podemos hacerlo todo solas e incluso mejor! ¡No necesitamos de ningún hombre que nos ayude! ¡Somos todos iguales! Vale, no nos vamos a ir a los extremos, es cierto que por naturaleza el hombre ha sido dotado de una fuerza física mayor a la de la mujer, sin que esto quiera significar que nosotras seamos unas pobres debiluchas.

Por otro lado, nosotras las mujeres, hemos sido creadas en la delicadeza, la calidez y el cuidado. Estamos más dadas a cierto tipo de cosas en el mundo que requieren de un toque más sutil de armonía y gracia. ¿Por qué? porque hombre y mujer se complementan. ¿Qué pasaría si fuéramos iguales? Nada tendría sentido, ni razón de ser. Existe una lista enorme de cosas que nos hacen diferentes. 

Hay que ser coherentes, sin llegar a los extremos, y aceptar que cierto tipo de comportamientos por parte de los hombres, pueden y deben ser aceptados con agrado. Dejando atrás esa actitud a la defensiva que lo empeora todo, esa que nos hace pensar «Qué tal este, ofreciéndome la silla, ¿es que acaso no puedo resistir de pie?». No se trata de ver quién es más que el otro, porque juntos podemos ser la pieza que le falte al otro.

¿Todos los actos de caballerosidad son dignos de reverencia?

Seamos claros. Podemos aceptar con gentileza que un hombre nos ayude con los paquetes, que nos abra la puerta si llevamos las manos ocupadas o que simplemente se ofrezca a hacer alguna tarea que requiera de un esfuerzo de más. Pero lo que no se puede permitir es que la caballerosidad sea compinche del descaro.

No podemos convertirnos en mujeres que lo aceptan todo porque si, cada vez que un hombre se ofrezca a pagar la cuenta no vas a aceptar refugiándote en la excusa de «dejarlo ser». A los hombres también les gusta que los sorprendamos, que nos ofrezcamos a ayudar o que nos interesemos por las cosas que los apasionan. Existe cierto placer, o más bien empoderamiento masculino, cuando un hombre siente que el acto de cortesía que ha tenido contigo te ha hecho sentir mejor, conmovida, aliviada o alegra.

Debe haber un balance, un equilibrio entre la caballerosidad de un hombre y la respuesta de una mujer. Hemos sido creados para caminar de la mano, para descubrir de qué manera mis debilidades pueden convertirse en fortalezas si me dejo ayudar por mi pareja, dejándola ser libre también, sin forzar el amor ni el cariño, sino más bien alimentado su esencia, esa que proviene de Dios.

¿Cómo podemos alentar a los hombres en su masculinidad?

Hay opiniones dividas sobre el tema. Existen las mujeres que apoyan la idea de aceptar la caballerosidad de los hombres de un modo sensato, sin llegar a los extremos. Otras, que solo se quejan de su comportamiento pero que al momento de experimentar alguna muestra de cortesía por parte del hombre, la rechazan sin pensarla dos veces. Y por último, otro grupo de mujeres que reacciona de manera agresiva, que no conciben la idea de ser ayudadas por un hombre «¿Qué es eso de que me abra la puerta?, ¿es que acaso no tengo brazos?, ¿por qué me corre la silla para sentarme?, ¿es que acaso yo no puedo sola?».

Basta de ponernos etiquetas invisibles, de llevar todo a la exageración y de troncar los actos de amabilidad de los hombres con nuestros actitud. Si nos quejamos constantemente de que la caballerosidad ya no existe, la solución es ayudarles a los hombres, aceptar esos pequeños detalles que voluntariamente quieren tener con nosotras, con el mismo cariño que ellos nos ofrecen.

«Cuando el Génesis habla de «ayuda», no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Solo gracias a la dualidad de lo «masculino» y de lo «femenino» lo «humano» se realiza plenamente. En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la «unidad de los dos», o sea una «unidualidad» relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante». — Papa Francisco.

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