

Siglos de caminar y la presencia e iluminación del Espíritu le han dado muchísima sabiduría a la Iglesia. Creo que esa sabiduría y profundidad con la que la Iglesia conoce el corazón humano se expresa en los dos tiempos de preparación fuertes que vivimos año a año. El Adviento y a la Cuaresma.
Lo digo pensando en lo siguiente. Muchas veces, cuando queremos cambiar algo de nuestra vida, nos lo proponemos de modo muy general. «Voy a ser más bueno», «voy a vivir más la caridad» y «voy a ser mejor persona», son frases que quizás hemos dicho en alguna ocasión.
Obvio no son frases malas, y expresan nuestra buena intención, pero son tan generales y en un sentido tan vagas, que resultan difíciles de aplicar. La Cuaresma, como también el Adviento, nos ofrecen un tiempo limitado y concreto para aplicar nuestro empeño.
Obvio de nada nos sirve solo esforzarnos en estos tiempos en cosas que de verdad deberían de ser de todos los días. Pero bueno, por algo se empieza, con la esperanza de que lo vivido en estos tiempos nos haga madurar y avanzar un poco más en ese camino de dejarnos convertir por el Señor.
No son, sin embargo, tiempos aislados del resto de nuestra vida. Si bien nos ayudan a concentrar nuestra mirada, y renovar nuestro empeño, no son tiempos como compartimientos estancos. La Cuaresma, en concreto, creo que nos puede enseñar muchísimas cosas para toda nuestra vida. Te comparto cinco que son importantes, aunque sin duda hay muchas más.
1. La conversión no es solo para la Cuaresma
El esfuerzo por convertirnos, o mejor dicho, por dejarnos convertir, no es de un día, ni de cuarenta. Es de toda la vida. Tendremos espacio hasta el último día de nuestra existencia para que nuestro corazón sea menos de piedra y más de carne.
Quizás suene aventurado, pero creo que un modo de entender la conversión es como un proceso por el cual vamos logrando crear más espacio para Dios en nuestro corazón. Es decir, convertirse significa que Dios está cada vez más presente, ocupando más espacio, con más fuerza, con más luz y calor, en nuestro corazón y nuestra vida. Dios no tiene límites, así que la conversión tampoco los tiene.
2. La importancia de abrir el corazón
Muchas veces pensamos que la Cuaresma es un tiempo para proponernos muchos retos y medios que forjan nuestra voluntad y de esa manera dominarnos. Es cierto, pero fácilmente podemos caer en la tentación de quedarnos en lo externo y perder el sentido de lo que hacemos.
«Desgarren sus corazones, y no sus vestidos, vuelvan a Yahveh, su Dios» (Jo 2,13). Leemos, sin embargo, en la primera lectura del miércoles de ceniza. ¿Dónde esta el corazón de la Cuaresma? Precisamente, y valga la redundancia, en el corazón, en la interioridad, en la experiencia profunda y absoluta con la que yo reconozco que necesito a Dios y que hay muchas cosas que debo cambiar si quiero
darle más espacio a Él en mi vida.
Eso, obviamente, es algo de toda la vida. ¿Lo contrario? Ser como el fariseo, quedarme en las prácticas externas, tentación a la que sucumbimos con tanta facilidad.
3. Experiencia de desierto
Jesús se fue al desierto cuarenta días, y la Cuaresma se suele relacionar muchísimo a esta experiencia de soledad. La experiencia de desierto es importante, sin embargo, no solo en Cuaresma. No con el sentido de buscar sufrimientos, o pensar que la vida cristiana tiene que ser un constante dolor y mortificación.
Sino con el sentido de buscar hacer silencio, alejar tantas cosas, no necesariamente malas en sí mismas, pero que embotan nuestros sentidos. Cuando cerramos los ojos, nuestro sentido del oído se agudiza. ¿No pasará lo mismo cuando dejamos de estar tan atentos a la sobre estimulación de nuestros sentidos exteriores, para poder escuchar a Dios que habla con voz bajita pero nítida en lo más profundo de nuestro corazón? Dios habla en el silencio de una brisa suave (ver 1Re 19,12).
4. Hay que esforzarse por vivir el presente
La vida del cristiano es integrar el pasado desde la fe, para vivir el presente con paz, y con visión de esperanza sobre el futuro. Toda la vida, pasado, presente y futuro es tiempo para iluminar desde el amor de Dios.
Sin embargo, el tiempo que más importa es el presente, y todo presente es tiempo de salvación, momento propicio para dejar entrar a Dios en nuestra vida. «Miren ahora el momento favorable. Miren ahora el día de salvación» (2Cor 6,2). De hecho, el número cuarenta en la Biblia suele estar relacionado a un tiempo de prueba, y como todo tiempo de prueba, a un tiempo de gracia. Dios nunca nos deja solos, y menos aun cuando pasamos por momentos difíciles.
5. La tentación no se vive solo en Cuaresma
Jesús estuvo cuarenta días en el desierto, y ahí el demonio intentó tentarlo. Jesús le responde de modo contundente, sin entrar en diálogo con él (nunca se dialoga con el demonio).
La experiencia nos enseña una lección muy importante: Si Jesús fue tentado, ¿cuánto más lo seremos nosotros? La tentación no es pecado, y todos la experimentamos a lo largo de nuestra vida. Experimentarse tentado no es sinónimo de crisis espiritual, ni de debilidad.
En la tentación, sin embargo, nos podemos conocer profundamente, y ver con claridad dónde esta puesto nuestro corazón. Y al mismo tiempo, experimentar la necesidad que tenemos de la gracia de Dios.
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