Ser sacerdote hoy, en medio de una actualidad en la que, en palabras de Troeltsch, «todo se tambalea» se ha dispuesto cada vez más retador y exigente. Inicialmente, requiere una formación integral, alejada de la idea de que esta es una serie de objetivos que han de superarse para avanzar en el proceso.

En cambio, debe ser aquella formación permanente, que implica la vida entera. La que sirve para establecer las bases sólidas donde se construirá constantemente el discípulo configurado con Cristo: el alter christus, otro Cristo.

Ya que donde todo se está tambaleando, surge una pregunta sobre el centro del servicio presbiteral y que sustenta la vocación religiosa: en un momento de constante transformación, ¿dónde está la identidad integral que permita ser sacerdote para la iglesia de todo tiempo y lugar?

Tener una mirada esperanzadora

Este camino de fe y formación demanda, de manera apremiante, tener una mirada esperanzadora. Una mirada que se encuentre fundada en un cimiento seguro, que no es otro que la persona de Jesús (1 Cor 3, 11).

Hay que evitar que caminar hacia adelante se convierta en una loca aventura, como un reinventar la vida sacerdotal. Al contrario, debe permitir que el sacerdocio se vea renovado desde los orígenes. Reforzado con el testimonio de los siglos. Madurado y acrecentado, el sacerdocio debe ser como un manantial del cual fluye un sinfín de experiencias, que impulsan al discípulo a caminar hacia delante y sin alejarse del Maestro.

El sacerdote hoy necesita ser servidor de la alegría

Hoy más que nunca, ser sacerdote exige – en palabras del cardenal Kasper – ser un «servidor de la alegría». Esta es la forma más convincente de realizar una pastoral efectivamente vocacional.

Quien se sienta llamado, debe descubrir a sacerdotes que han optado por seguir a Jesús de manera íntegra. Y, en el rostro de estos, el reflejo de la magnificencia de la verdad, que viene comprendida en la fe. Con ello, toda la preciosidad contenida en la identidad sacerdotal. Que transporta un testimonio seguro y alegre, y contribuye a la alegría del mundo (2 Cor 1,24).

Vivir la fe de manera consistente

La sociedad de hoy es todo menos consistente y cada día se tambalea de diversas maneras. Mucho más en medio de circunstancias pandémicas, llenas de incertidumbre y zozobra.

De la misma manera en que el hombre de hoy se ve inmerso en esta, el sacerdote se encuentra retado constantemente por esa misma inconsistencia. La tentación de vivir una crisis de identidad es una realidad actual. Una tarea que no se puede ignorar.

Poner a Jesús en el centro

Ser sacerdote hoy implica una vivencia seria y madura de la vocación cristiana. Aquella que descubre como centro de fe a la persona de Jesús, quien en medio de una historia en la que los caminos se tornan intransitables, se presenta como el camino de la verdad y de la vida (Jn 14, 6). Un Cristo que en medio de una sociedad en la que la identidad es poco clara, se presenta como el «Yo soy» (Jn 4, 26; 6,48; 8,12).

Pues en suma, ser sacerdote es permanecer con y en Cristo. Pero no en un «cristo» que sirva a invenciones humanas o a formulaciones convencionales de la piedad o de la moralidad; un «cristo» no creado en la imagen o para las necesidades del hombre, bajando su divinidad a ideales humanos.

Sino un Cristo al cual hay que seguir constantemente, con el que se debe de compartir (Mc 3,14) y con quien se ha de habitar en la misma casa (Jn 1,38-40). Un Cristo que se presenta como escuela de vida y, más tarde, de sufrimiento y entrega total. Hay que reclinar la cabeza en el pecho del Maestro, tal como hizo el discípulo amado (Jn 13, 23), para vivir, renovar y profundizar en el misterio de su persona.

Por tanto, al sacerdote – y a quien se forma para serlo – , le urge con suma insistencia adherirse a quien es la piedra angular que sostiene y cohesiona todo. No hay otra medida u otro punto de orientación que sirva de guía y columna para la vocación sacerdotal.

Una vivencia profundamente cristiana

El discípulo debe ser una persona sumamente arraigada en el cimiento inamovible de la persona de Jesús. Pues ,como vocacionado y como sacerdote, tiene como misión, entre otras, la de ser testimonio que contagie la firmeza en una comunidad que constantemente se ve tentada a tambalear. No solo en la fe, sino también en su propia identidad cristiana.

Así como toda vivencia cristiana es, por el bautismo, una experiencia sumamente sacerdotal, toda vivencia sacerdotal es, y debe ser siempre, ante todo una vivencia integralmente cristiana. Donde la fe madura sea constante en mantener la mirada fija en Jesús de Nazaret, que es autor y consumador de la misma (Hbr 12,2). Donde la razón de ser del sacerdocio sea la de permanecer firme en el amor y el seguimiento de Jesús, quien nos ha llamado para ser amigos suyos (Jn 15,15).

«Un auténtico servicio a la Palabra requiere por parte del sacerdote que tienda a una profunda abnegación de sí mismo, hasta decir con el Apóstol: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (S.S. Benedicto XVI)