

Después de hacer algo que no quisiéramos y teniendo la humildad de reconocerlo, empezamos a tomar acciones para apagar el fuego. Pero incluso esa ansiedad debemos saber de dónde viene: ¿de querer limpiar tu imagen pública?, ¿de quitarte esa culpa por la imagen que tienes de ti mismo?, ¿de no querer que Dios te deje de amar?, ¿de no tener que ir a lo profundo de tus heridas para descubrir de dónde viene ese pecado?
Pero hay actitudes que pareciera que son lo que «se tiene que hacer» después de pecar como buen cristiano. Quizá las hemos escuchado de nuestros mayores, quizá las aprendimos de ver a otros o simplemente es como nos han educado en esta sociedad.
Son en estos momentos de vulnerabilidad en los que más se aprovecha el demonio para ponernos el pie y hacernos caer en un pantano del que será después más difícil salir.
1. Ataque: Decirte que eres una mala persona / Contraataque: «Soy bueno»
Después de darnos cuenta que hemos actuado sin amor, nos hundimos en una serie de imaginarios. Nos vemos como unos monstruos y empezamos a ver nuestra vida con esos ojos.
«Seré un terrible padre/madre», «jamás podría ser sacerdote/monja», «deberían meterme en un manicomio», «ojalá nadie se me acerque porque lo voy a dañar», «bien sabía yo que mi conversión era una total farsa».
Estos pensamientos, aunque suenan muy humildes y lógicos, en realidad son exageraciones. Somos imagen y semejanza del mismo Dios, del Amor, del Creador de «todo lo bueno» (Gn. 1:31).
«Forjad espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras hoces; diga el débil: Fuerte soy» (Joel 3:10). Pide el Señor a su pueblo elegido durante la guerra. Así mismo nos diría «Diga el pecador, bueno soy». Porque lo que nos ata al pecado es la sensación de que no tenemos la fuerza ni la naturaleza para salir de eso.
Dios fue el mejor coach de su pueblo: porque actuamos por lo que creemos que somos. Si creemos que somos malos, actuaremos como malos; pero si nos sabemos buenos, cada vez que caigamos diremos: «Perdón, aquí vamos de nuevo».
2. Ataque: Si me maltrato, cambiaré. / Contraataque: «El amor es mi salvación»
Te contaré: la primera vez que me confesé después de una larga temporada sin querer acercarme a un sacerdote para desvelar mis «oscuros secretos», llegué con el padre llorando y con miedo.
Él me paró antes de terminar y me dijo: «Bueno, todo eso Dios ya lo sabe y quiere que sepas que te entiende, a veces la vida se complica y a todos nos pasa. Dios quiere que sepas que te ama a pesar de eso, te ama como eres».
Yo lloré como nunca en una confesión. El padre sonreía y hasta se reía un poco. Me di cuenta que yo me tomaba a mí misma como una loca, mientras Dios me veía como su hija muy amada que estaba pasando por confusiones. Dios más que nadie me entendía.
¿Y eso en qué ayudó? Bueno, no volví a confesarme de lo mismo. Porque nuestra violenta solución es: flagelarnos hasta cambiar. La solución de Dios es: ahogarnos en amor hasta convertirnos en amor.
¿Cuántas veces que te perdonan algo que creías imperdonable te genera no pensarlo ni quererlo repetir? Del amor-Dios nos viene la verdadera fuerza.
3. Ataque: entre más vueltas le dé, menos volveré a hacerlo. / Contraataque: fíjate en Dios y menos en ti
Tuve una temporada de pensamientos que no dejaban de rondar mi cabeza: «¿si matara a alguien?, ¿si le fuera infiel a mi novio?, ¿si me robara ese dinero de la caja fuerte?».
Hubo un punto en que me asusté de hacerlo y me dieron el contacto de un sacerdote exorcista… sí: un exorcista. Falté a clases, saqué cita con él y le conté lo que me pasaba. Empezó un «tratamiento espiritual» de misas, confesiones, oraciones de liberación, etc.
Cargaba conmigo una reliquia de primer grado a todos lados. Después de varios meses sin cambios aparentes (él y yo un poco hartos), me dijo: «Mira, solo no le demos más vueltas».
Eso fue lo que realmente me sanó. Dejar de darle vueltas a «esto es pecado, qué terrible persona soy, estoy poseída, ¿y si lo hago un día?, jamás me lo perdonaría».
Pasé varios meses intentado encontrarle lo sensato a ese remedio, ¡cómo era posible que me sirviera eso! Hasta que me encontré con esta frase de la sencillísima Sta. Teresita: «¡Qué fácil es agradar a Jesús y arrebatar su Corazón! No hay más que amarlo, sin mirarse a sí mismo, sin examinar demasiado sus defectos. Cuando ocurre que caigo en alguna falta, me levanto inmediatamente».
4. Ataque: Luchar día y noche contra ellas / Contraataque: Mantener la paz a toda costa
Hay una frase de San Francisco de Sales que es graciosa y real: «Deja que las ranas croen, que croen cuanto quieran». Cuentan que este santo acompañaba espiritualmente a una mujer cuya ansiedad la hacía caer en obsesiones con su espiritualidad, pureza y santidad. Sus consejos parecen hechos a la medida.
Entonces para explicarle le cuenta: «Estoy en viu… aquí, antiguamente, estaban obligados, por ley, a hacer callar a las ranas de las lagunas mientras el obispo dormía. Opino que era una ley muy dura. Que croen cuanto quieran; con tal de que no me muerdan los sapos, si tengo sueño no dejaré de dormir por culpa de ellas.
No, hija mía, y aunque estuvierais vos aquí, tampoco haría yo nada por hacer callar a las ranas. Os diría que era preciso no temerlas ni inquietarse, ni pensar en su ruido. Pensáis demasiado en ellas, las teméis demasiado, os asustan demasiado. De no ser por esto, no os harían ningún daño.
Sois demasiado sensible a las tentaciones. Amáis la fe y no quisierais tener un solo pensamiento contra ella. Por eso, en cuanto os roza uno, os entristecéis y os turbáis. Tenéis demasiado celo por la pureza de vuestra fe y os parece que cualquier cosa la puede oscurecer. ¡No, no, hija mía! Dejad que el viento corra y no confundáis el susurro de las hojas con el estruendo de las armas».
Esta ansiedad en contra de nuestras fragilidades se llama: escrupulosidad, ¡y cuánto daño nos hace! Porque la santidad no es no pecar, sino aceptar la misericordia y la paz de Dios.
0 comentarios