Hablar de poesía, en muchas ocasiones, es casi como referirse a un concepto cursi o lejano que parece estar reservado solo para conocedores, intelectuales o románticos empedernidos. Es como si ella hubiera quedado olvidada o reducida al curso de Literatura en el colegio.

En otras épocas, este arte jugaba un rol muy importante en la sociedad. Eran los grandes estudiosos y pensadores los que principalmente la cultivaron y través de sus letras dieron forma e influenciaron la sociedad desde siempre. ¿Por qué será que la hemos dejamos de lado? Es una lástima que ahora sea tan poco difundida y sobre todo tan poco disfrutada, pero bueno, ese ya es tema para otro post.

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Lo grandioso de la poesía es esa capacidad que tiene de transmitir sentimientos personales intensos, experiencias íntimas, fuerza, belleza, pasión, introspección; y todo al mismo tiempo. Alguna vez leí que la poesía es casi como una confidencia que el autor hace a solas pero en público. Su simbolismo es muy rico, todo esto combinado hace que la poesía sea toda una experiencia de conexión con el autor y a la vez de encuentro con uno mismo como casi ninguna otra forma de arte lo permite. No es raro encontrar poemas que expresan con exactitud experiencias de nuestra propia vida y terminamos tomando sus palabras prestadas para poder expresar nuestro propio sentir cuando las propias no alcanzan.

Numerosos santos y pensadores católicos han dejado, a través de sus poemas, un tesoro que de alguna manera nos da la posibilidad de conocer lo grandioso de sus propias experiencias personales de encuentro con Dios y con ellas enriquecer las nuestras. Muchas de estas poesías constituyen verdaderas catequesis. Hoy  les compartimos algunos de estos poemas. Estamos seguros que muchos calzaran en el corazón de más de uno y por qué no, esto además sea motivo para re descubrir esta forma literaria un poco olvidada.

«De este contacto del corazón con la Verdad, que es Amor, ha nacido la cultura, toda la gran cultura cristiana. Y si la fe sigue viva, esta herencia cultural no muere, sino que sigue viva y presente. Los iconos siguen hablando hoy al corazón de los creyentes; no son cosas del pasado» (S.S. Benedicto XVI – Audiencia General 21 de mayo de 2008).

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