

Todos aquellos que conducen un automóvil quizás han tenido la experiencia de manejar un auto cuya dirección no esta bien alineada. Apenas uno suelta el timón el auto poco a poco va desviándose hacia un lado. Cada vez que me sucede pienso en lo parecida que es esa experiencia a nuestra vida.
Quisiéramos caminar recto, pero algo en nuestro interior pareciera andar un poco desviado. Si uno no hace cierto esfuerzo en corregir la dirección y se deja llevar, pues termina estrellándose. Rousseau escribió que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, y olvidó esa herida con la que todos nacemos: el pecado original.
Un pecado del que no tenemos culpa, pero que sin embargo nos hace frágiles y, en muchos casos, experimentar que es mucho más fácil dejarse llevar por el mal que hacer el esfuerzo por el bien. No necesitamos una «sociedad» que nos tiente o nos sugiera esos pequeños o grandes deseos de egoísmo. Surgen con tanta espontaneidad —o al menos así se experimenta— que parece «natural».
Esta experiencia nos pone ante un problema particularmente difícil en nuestro tiempo. No hay perfección sin esfuerzo, o como me dijo un sacerdote anciano y sabio: «No hay santidad sin mortificación».
La comodidad como fin supremo
Nuestra época, sin embargo, parece apostar todo por la comodidad como fin supremo. Así, poco a poco, se nos va adormeciendo la voluntad para superar las dificultades de la vida, y esto es trágico también para la vida espiritual.
La mortificación, la moderación y el sacrificio —entre otras— son hoy virtudes cada vez menos populares y atractivas. Hasta diría, van en contra del modelo de «éxito» que parece abundar. Los defectos y vicios que tenemos, y muchas otras cosas que nos alejan de la caridad, no desaparecerán por arte de magia. Requieren de esfuerzo y constancia. Y este esfuerzo en la tradición espiritual católica tiene un nombre: ascética.
¿Qué es la ascética?
De modo sencillo podríamos decir que son los ejercicios con los que el ser humano, por su propio esfuerzo y ayudado de la gracia, puede alcanzar la perfección.
Ojo que no es una valoración negativa de las cosas del mundo, ni tampoco un desprecio de lo que sentimos o del placer. Mucho menos pensar que solo por nuestras propias fuerzas podemos alcanzar la salvación. No hay que caer en la ilusión (muy frecuente en nuestro tiempo), de que todo depende de nosotros.
La santidad es principalmente una obra de la gracia de Dios. El papa Pablo VI, en una catequesis en 1974, señalaba ya por aquel tiempo la importancia de no olvidar la ascética en la vida cristiana. La ascética —señaló en esa ocasión— no es en sí misma «contraria al hombre, a su libertad, a su vitalidad. Está ordenada al desarrollo de la personalidad, de tipo cristiano».
Hace a la persona «fuerte, en tensión hacia la imitación de Cristo, al servicio al prójimo, a la unión con Dios». En esa ocasión el papa añadía un análisis que se aplica perfectamente a nuestro tiempo: Hoy la ascética «no está de moda. El naturalismo capcioso de Rousseau vuelve a hacer escuela, las filosofías amorales parecen preferibles, la permisividad gana aceptación pública, la espontaneidad de los instintos parecen plenitud de vida».
¿Qué podemos hacer?
En primer lugar recuperar la conciencia de que necesitamos ese esfuerzo. Eso nos lleva a estar atentos. No es necesario «inventar» ocasiones para mortificarnos. La vida ofrece suficientes situaciones que nos incomodan y podemos asumir de una manera mucho más evangélica.
No necesitamos cilicios ni darnos latigazos. Basta estar atentos y, cuando algo nos molesta, ver si podemos reaccionar de una manera mucho más virtuosa. Ofrezco algunas sugerencias, que pueden parecer sencillas, pero estoy seguro de que si logramos estas actitudes, ofreciéndoselas a Dios, avanzaremos mucho en nuestro camino de santidad.



1. No quejarnos
¡Eso que nos gusta a todos un poco! Si creemos que lo que vamos a decir es una crítica constructiva (con qué facilidad se confunden), repensar 10 segundos nuestra intención. Si estamos seguros de que no es una queja, entonces adelante con la crítica constructiva.
2. No hablar mal de los demás
Ni comentar con segunda intención (que usualmente no es caritativa). Intentemos guardar las palabras si no vamos a decir algo positivo sobre esa otra persona.
3. Renunciar a algo que nos gusta comer (de vez en cuando)
Puede ser también no repetir ese plato que nos encanta. Decirle «no» al postre aunque nos cueste o dárselo a otra persona.
4. Ofrecer los ejercicios físicos que hacemos
No me refiero solo al ejercicio que haces cuando sales a correr, sino a aquellas actividades que demandan tiempo y sacrificio. Quedarte más tiempo en el trabajo, construir algo, ayudar en una mudanza, pasar mucho tiempo de pie, llevar tu niño en brazos. Cualquier oportunidad es buena para ofrecérsela al Señor.
5. Ser puntuales con la hora de levantarnos
¡El snooze puede ser un gran destructor de voluntad! Cuando suene la alarma ¡arriba!
6. Hacer silencio
Si lo que voy a decir es algo completamente superfluo, dominarme haciendo el ejercicio de quedarme callado. Es decir, ahorrarme ese comentario innecesario.



7. Ceder un espacio en la fila del supermercado o del banco
¿Qué? suena descabellado pero puedes hacerlo de vez en cuando, otras personas te lo agradecerán y su sonrisa será tu recompensa.
8. Hablar menos de uno mismo
Si tomas conciencia de que usas la palabra «yo» muy a menudo, quizás esta te convenga mucho.
9. Comprar menos
¿Siento esa necesidad urgente por un accesorio, unos zapatos nuevos, lo último en algo tecnológico? Quizás me conviene esperar un poco y dominar esa necesidad. Bonus: podrías ahorrar un poco de dinero para usarlo en algo que de verdad sea necesario.
10. Sonreír más
Exacto, sobre todo cuando más nos molesta algo. Doble virtud si le sonríes al que te cerró en el tráfico o al que te hace esperar.
Bonus para latinoamericanos: ser puntual. Doble virtud si en tu país ya es costumbre llegar tarde y a todo el mundo le parece normal.
Bonus espiritual
Finalmente, sugiero algunas citas bíblicas que nos pueden ayudar en la reflexión sobre la ascética:
«Entren por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran» (Mt 7,13–14).
«Por tanto, hermanos, pongan el mayor empeño en afianzar su vocación y su elección. Obrando así nunca caerán. Pues así se les dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2Pe 1,10–11).
«Velen y oren, para que no caigan en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41).
«Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24).
Gracias por el post, nos enseña y nos hace reflexionar. Es amigable !