¿Cómo descubrir mi vocación? 10 hermanas responden

«Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia» Jeremías 31, 3. Dejarse amar por el Señor trae consigo la entrega constante, pensemos en el amor de Dios como algo imposible de contener, algo que se derrama sobre la persona y la supera de tal manera que no hay otra solución que dejarse desbordar e impregnar a los demás. 

En medio de este derroche de amor eterno, nace lo más hermoso que el Señor ha dado a los hombres, la oportunidad de dar la vida como Él lo hizo: la vocación.

La carta a los Hebreos habla a una comunidad que está viviendo momentos difíciles, situación que podrían llevarles a un alejamiento u olvido de Dios, y una de las enseñanzas más hermosas que el autor puede darle a esa comunidad está en el capítulo 12, verso 2: «Fijos los ojos en Jesús». 

En eso consiste la vocación, en mantener la mirada fija en Jesús de tal modo que logremos ver a los demás como Él mismo lo hace. Quienes nos entregamos a responder al llamado del Maestro, somos un cúmulo de miradas que convergen en una sola, la de Jesús, ¡qué genial! ¿No te parece increíble poder tener la mirada de Jesús?

Hoy te comparto un video muy especial que contiene el testimonio de varias hermanas pertenecientes al instituto religioso femenino Iesu Communio. Todas le han dicho sí a Dios, sí a su vocación, sí a le entrega y sí ¡al amor eterno!

Nuestra vocación y la mirada de Cristo

En el Evangelio de Juan, los discípulos se hacen testigos por mirar atentamente y contemplar. No hay otra manera de hacer este camino, y esa es la vocación bautismal, ser verdadero cristiano es tener los ojos en Cristo. Mirar a Cristo es ver al pobre, al enfermo, al incrédulo, al amigo, al que no es amigo… y hasta al que nos persigue, con amor.

No podemos olvidar que Cristo tiene miles de rostros, en el que se incluye el tuyo y el mío. Muchas personas no leerán nunca el Evangelio, pero sí nos verán nuestros rostros, así que hagamos todo para que cuando otros se encuentren con nosotros, también contemplen un poquito a Jesús.

En Jesús la mirada y el amor son una misma cosa, cuando Jesús mira, ama, y ese amor se desborda, transforma, es la plenitud. El papa Francisco insiste en que la unidad de medida del cristiano, no es la de la cantidad, sino la de la plenitud. Es decir la presencia de Aquel, que es la plenitud misma, en el corazón de cada hombre. 

La vocación consiste principalmente en una invitación

El  Señor es quien viene constantemente al hombre y en ese encuentro le invita a seguirle de una manera particular, esto podríamos comprenderlo mejor de esta manera:

La relación de Dios con el ser humano es una relación de amor, un amor que constantemente se hace fecundo. Ese sentimiento entrañable hace que Dios se direccione hacia el corazón de cada hombre, sin excepción.

Pero no termina allí, sino que al tocar el corazón lo rebasa, y al no poder contenerlo, busca la manera de expandirlo… esto es lo que llamamos vocación, que no es otra cosa que la vida misma.

Puede que tú o yo, tengamos dinero, cosas, amigos, conocimiento, inteligencia y un cúmulo de riquezas que nos llevan a sentirnos muy grandes. ¡Cuán pequeños somos en realidad! Aun siendo necesarias estas cosas, si nos dejamos llevar por ellas y comenzamos a servirles y no ellas a servirnos, vaciamos el corazón, no hay plenitud en él. 

Sentir vocación es sentir la necesidad de encontrarse con el Amado y buscar los medios para llegar a Él. Superando todo obstáculo, todo miedo o duda, y dejándose guiar por Aquel que nos ha llamado.  

Jesús, es el hombre vivo que te ha llamado tal y como eres

Con tus debilidades y con tus dones. Él no quiere cambiarte, solo pretende que lo ames con todas tus fuerzas y hacer su obra en tu vida. 

El camino de fe y aún más el camino de la vocación, es un sendero que necesariamente exige valentía, como en el Evangelio. El discípulo se ve inmerso en medio de tormentas, aguas turbulentas, momentos de duda… y en repetidas veces nos corresponde el papel de Bartimeo para gritar:

«Jesús hijo de David ten compasión de mí», o como los enfermos de Mateo, ir a tocar su manto. De una u otra manera, nuestra experiencia vital y bautismal, nos hacen volver la mirada a Él.

Déjanos saber en los comentarios qué tal te pareció el testimonio de estas hermanas. ¿Qué fue lo que más te gustó?, ¿qué sentiste?, ¿vives tu vocación a plenitud? ¡Te leemos!